Hace ya unos años, no sé bien cómo, de forma espontánea, vino a mi cabeza una combinación de palabras que hasta la fecha no había escuchado ni se me había ocurrido antes. La idea era muy simple: “los sentimientos caducan”. Siempre quise escribir sobre ello, pero no sabía qué otra cosa podía añadir para defender una tesis tan esclarecedora. No sé bien si en alguna entrada del blog colé la frasecita, pero durante un tiempo en toda conversación medianamente seria salía a la luz mi pequeño descubrimiento. Sin embargo, por norma general, nadie le prestaba atención ni parecía sorprenderse con mi afirmación, y creo que es eso lo que más me sorprende.
Lo hemos asimilado con mucha resignación, sin quejarnos, todo tiene fecha de caducidad, todo se acaba, hasta el agua tiene fecha de caducidad, años y años en galerías y una vez embotellada no aguanta ni un lustro; la moda también caduca, lo que hoy es tendencia mañana será carne de trapo para limpiar cristales en el mejor de los casos. Lo mismo sucede con la música, quienes hoy gobiernan en las listas de los más vendidos (quien dice vendidos dice bailados, escuchados o descargados) dentro de una década quizás solamente sean pasto de nostálgicos. La tecnología tampoco se salva, quien realmente quiera estar a la última tendrá que vivir por y para ello, sacrificar sus vacaciones (además de sus ahorros) para ir a comprar porque en menos de un mes el “panorama tecnológico” habrá cambiado totalmente. Y no es ese el único problema porque un gran desembolso por un artilugio no asegura que vaya a ser eterno, se romperá, interesa que se rompa y por eso se romperá, dejará de funcionar y no quedará otra que resignarse.
Ahora bien, ¿cómo pueden caducar los sentimientos? ¿Estará esto relacionado con las estrategias mercantilistas de las que hablaba antes? No lo sé, quizás nos falte memoria y la amnesia haga que se difuminen sentimientos, el tiempo desgasta nuestra memoria, y esta a su vez desgasta a los sentimientos, quien hoy te quita el sueño quizás dentro de medio año sea una mera anécdota, el amigo al que hoy le cuentas todo puede convertirse en un desconocido más en unos años, las oportunidades y sueños que hoy tienes en muy poco tiempo pueden convertirse en cachito de olvido, cual juguetes en el trastero; una auténtica pena, lo que el día de ayer te ilusionaba hoy como mucho aspira a seguir manteniendo un hueco antes de ser desechado o en su defecto, corriendo mejor suerte, reciclado. La oportunidad perdida, junto con la flecha lanzada y la palabra pronunciada, como dice el proverbio chino, no vuelven jamás, y eso me aterra mucho.
Y es que temo que el ingenio tras haber sido despertado por las crisis se marche al volver los tiempos de bonanza, que sin duda volverán, el sentimiento de orgullo caducará y volveremos a caer en los mismos errores, nos acomodaremos, y quizás alguien vuelva a preguntarse eso de ¿por qué caducará todo? Contra el resto de caducidades por motivos biológicos o económicos podemos hacer más bien poco, pero contra la caducidad de los sentimientos hay más soluciones que escribir una simple entrada en un blog.