Llevo un tiempo queriendo escribir sobre la tecnología y en lo que nos ha convertido o más bien en las cosas que nos ha cambiado. En su momento tras desconectar por unas cuantas semanas de varias redes sociales se me ocurrieron un par de frases pero preferí por mi propio bien hacerlo en frío. Posteriormente decidí que para escribir una entrada en la que básicamente se compararan hechos cotidianos actuales con otros del pasado era mejor no hacer nada, más que nada porque ya hay canciones, correos en cadena o incluso programas de televisión que hablan de ello.
No soy ni un amish ni un judío ortodoxo que no pueda usar aparatos eléctricos un sábado ni nada parecido, simplemente tal y como he declarado anteriormente en más de una ocasión soy un sentimental enamorado de las pequeñas cosas, de lo inesperado; y me ilusiono también ante sorpresas. Sorpresas que ya no se dan, sorpresas que han visto reducida su frecuencia por culpa de la tecnología, no hay más que ver que ya casi nadie toca en la puerta sin avisar, así una llamada previa o un mensaje son los nuevos timbres.
Tampoco se reciben cartas ya, y es el WhatsApp quien manda ahora, la letra de máquina de escribir es ahora algo más que retro y un sinfín de cosas más han sido remplazadas, pero voy a obviarlas para no ser tachado de demagogo.
Sin embargo quiero ir más allá, e imagino a Julietas y Romeos (o parejas análogas). Ella en su balcón y él cual trovador en la calle, tratando de robarle una sonrisa, un diálogo o una cita. Esta situación es ahora un anacronismo bastante improbable, sin embargo, quiero darle voz al personaje masculino e imaginar qué escribiría él si pudiera viajar en el tiempo y aterrizar en el día de hoy. Nace así esta pequeña y humilde nota:
Aún recuerdo aquellos días en los que la calle era mía y tuya y de todos, no como ahora que es solamente de los coches, mis paseos acababan bajo tu balcón; y allí, nervioso y dubitativo miraba hacia arriba para ver si estaba iluminada tu habitación. Con la luz de tu quinqué se iluminaba algo en mí, y si me encontraba con la oscuridad eran las dudas las que me asaltaban ¿Dónde estarás? ¿Qué estarás haciendo en este momento? ¿Andarás con otro?
Fuera como fuera, confuso y casi sin aire luego silbaba para que te asomaras, a veces lo hacía con el alma y otras veces silbaba con el puño, pues en él estaba mi corazón.
Los tiempos han cambiado, y ahora no te busco bajo tu balcón, de hecho lo único que sé sobre tu casa me lo ha dicho el street view del Google Maps, ahora trato de encontrarte en el hueco que te corresponde. Y sé que te preguntarás qué hueco es ese, y ese no es otro que entre mis dos amigos a los que no conoces pero te preceden y te siguen en el orden del chat, en ese hueco que ocupas cuando te conectas. Y debo decir que cuando estás ahí tu nombre me alumbra más que el quinqué de tu habitación, mientras tanto, el silbidito que te alertaba de mi presencia ha cambiado por el sonido de mis dedos con el teclado, sonido que camuflo mientras escucho en youtube la música que me sugiere una maquinita. Pobres grillos de tu calle que ya no son escuchados, pobre de la ropa de abrigo con la que paseaba que hoy se ha visto sustituida por el pijama y pobres borrachos de la taberna de tu calle que ahora no tienen con quien meterse…
NOTA: Lógicamente de momento no conozco viajeros en el tiempo que me faciliten estas notas ni nada parecido, así que no se vayan a creer que estoy loco ni nada de eso, tranquilidad que de momento sigo bien. Y puestos a aclarar, esta entrada no ha sido ni subvencionada por integrantes de la Cienciología ni por detractores del progreso y los avances tecnológicos.