Con el verano ya finalizado me he puesto a pensar en algunas
coletillas que están mal vistas. Y no, no me refiero al “doble moño” con el que
David Beckham fue presentado por el Real Madrid.
El caso es que parece que todo vocablo acompañado por la
palabra “verano” pierde credibilidad, valor o incluso el derecho al respeto. El
caso más evidente aunque cada vez menos frecuente es el de la canción del verano. Antes de la crisis,
cuando la prima de riesgo no nos interesaba y la corrupción aparentemente no
existía hasta los telediarios tras comentar el nivel de agua de los pantanos y
el abandono de perros mostraban su preocupación por este tema. “Estamos en
agosto y todavía no tenemos una canción candidata para ser la canción del
verano” decían.
Por su parte, los críticos musicales trataban de rehusar
este término a toda costa. Si querías ser culto no podías escuchar canciones de
este género. Una canción concebida para los tres meses del verano no merecía el
respeto. Y así se olvidaban de que al fin y al cabo la canción del verano es
música y que bailar, reír, cantar y todas esas reacciones que la música provoca
en nosotros sí merecen la pena.
Siguiendo con la televisión, otro cliché que nunca ha
convencido es el de la programación de
verano. Es cierto que es muy mala,
pero al menos algún iluminado ha tenido
la idea de emitir solamente lo mejor de cada programa evitándonos consumir
grandes dosis de telebasura. Y eso es de agradecer.
Conocí también el término “rapado de verano” que consistía básicamente en el rapado de toda
la vida y pese a ser práctico no convencía a las damas por ser poco original y/o
creativo.
Y mientras tanto los comercios, empresas y sobretodo
instituciones públicas nos abren las puertas con el ya famoso “horario de verano”. Trabajar en verano
es algo así como trabajar a medio gas, no hay más que ver cómo te atienden en
bermudas y cholas y demás elementos que conforman la “vestimenta del verano” donde todo parece valer. Quizás para
defender estos dos conceptos mis argumentos flaqueen así que no diré nada al
respecto.
Sin embargo, el tema que con el que hemos sido más injustos
a mi parecer son los “amores de verano”.
Que conste que no recuerdo haber tenido jamás uno de estos y que no tengo
ningún interés en defenderlos pero solamente por el mero hecho de tener los
días contados se le ha quitado seriedad a una relación de este calibre. Imagino
que quienes experimentaron algo así derramaron lágrimas el día de la despedida
y al día siguiente se creyeron fuertes diciendo eso de “9 meses no son nada, y
yo puedo con la distancia”. Además, nadie les quita las mariposas en el estómago
ni los helados mirando al mar ni los baños en la playa a deshora. Y puede que
solamente por ser “amor de verano”
no olvidemos de que es amor al fin y al cabo. Y no estamos como para
desaprovechar oportunidades así con la que está cayendo.
Nota: esta entrada no fue escrita para defender mi entrada
anterior titulada “Historia de verano”. Que conste en acta.