Hay cosas que nunca
entendí. Las asumí y procuré no darles muchas vueltas. El uso del pijama es una
de esas costumbres que me cuesta entender. Los hay de todos los tipos,
reciclados con una camiseta promocional, con capucha, pijamas que no parecen
pijamas, clásicos, abrigaditos, que provocan picores, con bolsillos o sin
bolsillos (algo útil, si como a mí, por la noche te pica el gusanillo y tienes
que ir a la cocina a comer galletas).
Hay también perfumes que
son pijama, o eso decía Marylin. Lo que sí es cierto es que todavía no he
encontrado un pijama con el que se pueda ir sin complejos a abrir a la puerta
si alguien toca el timbre.
Otros complejos sufren la
paradoja de ser tan sexys que piden a gritos ser arrancados, cual delincuente
que roba una flor que da color a un parque. Evidentemente, hablo de pijamas
femeninos, aún no tengo conocimiento de la existencia de pijamas masculinos que
tengan algo de sensual.
Probablemente ahora,
querido amigo lector, me estés dando la razón y pensando que el pijama es una
prenda realmente estúpida, pero no, pese a los párrafos anteriores creo que lo
que pasa es que los fabricantes de pijama tuvieron un pequeño fallo de
marketing a la hora de ponerle nombre a tan peculiar prenda. Si en vez de
pijama se llamara ‘ropa de soñar’ nadie dudaría de su utilidad.
Y es que si panaderos,
dentistas, farmacéuticos, camareros, etcétera utilizan su propia ropa para
trabajar, ¿cómo no íbamos a ponernos nuestra propia indumentaria para algo tan
importante como soñar?.
Ahora es cuando parafraseo
a Calderón de la Barca y digo que toda la vida es sueño. Y quizás cuando dije ‘ropa
de soñar’ pequé de humilde y debí haber dicho ‘máquina de vida’.
Sexy o agujereado,
vestirse con ropa apropiada, es el primer paso para comenzar un reto tan grande
como soñar.
Pd: pido disculpas si por
el título de esta entrada alguien esperaba algo mejor, o alguna sugerencia de
disfraz para carnavales.