martes, 12 de agosto de 2014

Gaviota en El Niágara

Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada,
como la pena de ser
ciego en Granada.

(Francisco de Icaza)

Tardé un tiempo en descubrir la antítesis de ser ciego en Granada. Conocí la ciudad nazarí hace unos y comprobé que el poeta tenía razón. Ahora, años más tarde creo haber descubierto una forma de vida bastante envidiable.





 Fíjate en la gaviota, sobrevolando las Cataratas del Niágara, sin miedo, disfrutando de tan maravillosas vistas, viviendo en su particular parque acuático.

A un lado Estados Unidos, al otro Canadá, viviendo sin visados, ni pasaportes. Cruzando las fronteras sin esperas ni colas, sin incómodas preguntas. Las gaviotas no entienden de banderas, ese cacho de tela creado para ondear al viento tan difícil de entender. Las gaviotas saben más sobre viento que un pedacito de tela, qué duda cabe, ninguna se achanta ante las estrellas americanas, ni ante la hoja de arce canadiense.

Tampoco entienden de fronteras, una línea imaginaria que separa tierras. Las gaviotas son mucho más que de la tierra, tanto que no se sabe si son del aire o son del agua. Visto así, tal vez sean más libres que muchos humanos.

Debe ser una gozada tener a tu alcance personas de todas las nacionalidades, quienes desecharán todo tipo de alimento, por si  no fuera un buen día de pesca, comida no faltará.

Hablaba de pasaportes antes, y es que las gaviotas llevan alas como credencial para cruzar territorios. Mucho más cómodo, no cabe duda. Mucho más difícil de perder.

Pero sin duda alguna, lo que más envidio de estas gaviotas es el poder jugar a atravesar el arco iris día tras día. Quizás nunca lo logren, pero ya dice el refrán eso de "cada vez que lo intentas, estás más cerca de conseguirlo" y por lo tanto están más cerca que yo de conseguirlo.