Nunca me ha gustado cumplir (años). No es
que sea un Peter Pan del siglo XXI ni nada parecido, de hecho a día de hoy
ni busco volver a la infancia ni me
produce vértigo envejecer.
Además, debo admitir que le había cogido
cariño a los 25, tanto que me atrevo a decir abiertamente, sin ningún miedo que
ha sido la edad más interesante de mi vida, en la que más puertas de las
esperadas aparecieron ante mí, ahora con 26
tengo el gran reto de elegir y sobretodo, de abrir las puertas que
correspondan. Además, ya no soy tan joven para equivocarme.
Y por si fuera poco este reto de
convertir oportunidades en realidades, me hace ilusión poder cantar la
siguiente canción sin rubor durante los próximos 366 días. (Si no conocen la canción o no tienen intención de oírla es muy probable que no entiendan nada de lo que sigue, avisados quedan)
Vale, yo aún no me ganado el derecho a
tener el lado bueno de la espalda de nadie, pese a que alguna que otra vez sí
me han dado tan olvidada parte de la anatomía. Tampoco he viajado más de lo que
debo, y si le preguntan a mis amigos tal vez debería beber más.
Más de una noche vi una luna que miraba,
y todavía recuerdo alguna de ellas, y hablo en plural porque luna hay más de
una, lo sé por experiencia, una experiencia de 26 años ya.
Nunca he contado amigos por lo que no sé
si tengo más que Andrés o no, sí tengo también un acento de sal que alguna vez
erróneamente traté de ocultar.
Sí he echado de menos a mis padres y a
más gente, pero he sido tan cobarde que no lo he dicho.
Y aunque nunca vi muertos en lavabos y
carezco de canciones viajeras soy feliz así porque puedo permitirme terminar
esta entrada al igual que la canción citada.
Tengo 26 años y a vivir (siempre).