Reconozco que soy un poco Quijote, no
solo por mi aspecto desaliñado sino por en ocasiones pretender luchar contra
molinos que en realidad son gigantes. El caso es que pese a mi resistencia al cambio, me he visto
forzado a actualizar la versión de Whatsapp de mi Smartphone.
Como quizás ya sepas, esta última versión
ha acabado con los estados tal y como los conocíamos. Por lo tanto, con la
actualización se ha ido el estado que me ha acompañado desde hace más de cinco
años.
En este tiempo, solamente dos personas se
interesaron por el significado del
mismo, no sé si porque el resto jamás lo vio, por lógico y puro desinterés o
porque interpretaron a su manera mis “en 5
minutos” de estado.
Lo decía el malogrado Víctor Jara, la
vida es eterna en cinco minutos. Y es que todos damos por supuesto que
estaremos vivos de aquí a 5 minutos, y si seguimos pensando así podremos
estirar nuestro paso por la vida hasta límites infinitos, hasta que el mismísimo y utópico futuro se convierta
en presente.
Se los pides al despertador, esperando
que esos cinco minutos hagan más por tu descanso que el resto de la noche, con
la fe de Sergio Ramos en una prórroga.
La realidad es que todos tenemos cinco
minutos, aunque nos cueste reconocérselo al voluntario de ONG que nos detiene
en la calle. O mucho peor, aunque nos duela regalárselos a los anuncios de Antena
3, cadena que al menos tiene el detalle de avisarnos de cuánto tiempo nos va a
quitar. Siempre tenemos cinco minutos pero no siempre lo recordamos y llenamos
nuestros estómagos con fast food y nuestros oídos con un “no tengo tiempo para
nada”.
Todos estamos dispuestos a dar cinco
minutos de rigor a quien nos hace esperar, tanto que quien acostumbre a llegar
con ese margen puede pasar a ser miembro del cada vez menos concurrido “club de
los puntuales”.
Por cinco minutos, seguro que el revisor
de parquímetro no te multará, porque sí,
en cinco minutos puedes ser eterno e impune. O mejor aún, para cinco
minutos caminando ¿por qué no dejar el coche en casa?
Cinco minutos y quizás más podría esperar
a que salieras del baño, peinada y perfumada, preparada para salir a la calle y
mostrar nuestra pequeña eternidad al mundo. No importa esperar, porque sé que valdrá
la pena sentirme eterno sabiendo que estás al otro lado de la puerta.
Están también esos cinco minutos previos
a un examen en el que pretendes que todo te entre y en que hay que ser fuerte
para no dejarse influir por los colegas. O esa costumbre de pensar que ya estás
llegando a casa cuando solo quedan cinco minutos.
Recuerdo en mi época escolar que un gran
profesor nos hablaba de Aristóteles Onassis y como seguramente hubiera dado
toda su fortuna por volver a ver a su primera mujer y su difunto hijo durante
cinco minutos. La fortuna del en su época hombre más rico del mundo a cambio de
cinco minutos, a cambio de la eternidad.
¡Qué cosas tiene la vida! Vivimos
pensando en nuestra muerte y no recordamos que podemos ser eternos en un
doceavo de hora. En cinco minutos nada malo va a pasar, no lo olvides.
Y así podría seguir, demostrándote tu capacidad
de ser eterna, eterno, pero no quiero que pases más de cinco minutos leyéndome,
no creo merecer tu eternidad.
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En cambio, por si te animas, te recomiendo ocupar tu
pequeña gran eternidad escuchando a José Mercé versionar a Jara. Lo siento
Amanda, pero yo no te recuerdo.