Hay rutinas, buenas o malas, que sin darnos cuenta dejamos de hacer. Muchas veces no le damos importancia a la última vez que las llevamos a cabo, porque ni tan siquiera sabemos que no habrá una próxima vez en un horizonte temporal cercano.
Rara vez hay un motivo aparente, simplemente sucede, como con ese amigo al que dejaste de ver y llamar, sin que nada pasara. Nada salvo el tiempo.
Lo mismo pasa con algunas palabras, las dejamos de usar, aunque esta vez con motivos. Que 'perdón' o 'gracias' son cada vez menos usadas y más necesarias no es nada nuevo, pero no escribiré hoy sobre ello. Voy más allá, más atrás en el tiempo.
El caso es que ha vuelto a mi cabeza la palabra "arrullar", y me atrevería a decir que llevaba décadas sin tener conciencia de ella. Ya fuera por haber crecido o por la estúpida manía de eliminar columpios de los parques. Tal es mi obsesión, que pese a mi edad, que cada vez que veo un columpio, intento jugar un poco, y comprobar aliviado que todavía sueño con poder dar la vuelta al columpio, o tocar las nubes con la punta del pie.
'Arrúllame' era la palabra mágica cuando las piernas no llegaban al suelo para poder dar un impulso, una forma implícita de pactar un empujón a cambio de darlo después. Es tan mágico el verbo 'arrullar', que veo que para la RAE, ninguna de las acepciones es la que yo he usado.
Creo que pocas palabras son capaces de evocarme tan buenos recuerdos como esta.
¿Nos arrullamos?