Sí, sé que últimamente solo me paso por aquí a lamentarme de los meses que se van. Y aunque técnicamente todavía quedan poco menos de 3 semanas de verano, los medios empiezan a decirnos que la etapa estival ha terminado.
Recuerdo haber escrito (y si no, haber pensado en hacer) sobre Amaral y su "no quedan días de verano", de los amores de verano y de la estación en sí misma. Pensé que ya lo había dicho sobre esta época en la que los calcetines se acortan y los días se alargan, pero no.
Porque comenzamos a despedirnos del verano antes de tiempo, porque en parte sabemos que este no ha sido otro verano más: ni ha habido verbenas, ni atascos ni colas en los puestos de helados. ¿Cuántos amores de verano habrán dejado de surgir? ¿Cuántas pandillas de verano se habrán quedado sin aforo para llegar a pandillas? ¿Cuántos porteros automáticos habrán dejado de sonar en búsqueda de compañía para jugar en las plazas?
Cierto es que para mí el verano dejó de ser verano cuando se dejó de emitir el Grand Prix o cuando las vacaciones dejaron de ser de 3 meses o cuando los telediarios dejaron de hablar de perros abandonados para hablar de incendios, cuando dejó de preocuparnos no tener canción del verano.
Volverán los zapatos abiertos a los armarios, perderemos color en nuestras pieles y nos llevaremos las manos a la cabeza al ver grúas poniendo luces de Navidad (¿habrán este año?). Mientras, algún gracioso, intento de escritor de blog venido a menos, dirá eso de que el verano es una actitud.
Lo que sí tengo claro es que la vida nos debe un verano.