Por edad, o quizás por otros motivos, debería ser de la generación paperless. Pero no, no lo soy, no sé si es el olor, mi memoria fotográfica para recordar por qué página voy o simplemente que tener algo tangible me da la sensación de no olvidar nunca el libro en cuestión. No lo sé.
Algo parecido me pasa con los discos de música. Me gusta comprarlos, para luego digitalizarlos y escucharlos desde mi teléfono. Con suerte, el disco más afortunado sonará en el coche, pero cada vez menos, al fin y al cabo sigo viéndole la gracia a la incertidumbre de escuchar radios musicales. Tal es este sucedáneo de TOC que he llegado a comprar vinilos sin saber si el viejo tocadiscos de casa funcionaba (como era de esperar, no, no funcionaba).
Sin embargo, esta manía mía no me impide ver las ventajas de los juegos soportes. Al fin y al cabo, gracias a ellos he podido hacer nuevos descubrimientos culturales o saciar la sed de alguna canción concreta.
Y sí, todo esto lo cuento para justificar que a mí haya llegado una vieja canción, una de esas que si todavía no ha pasado a los anales de la historia, no creo que lo haga. Con todos los respetos a sus autores.
¿Qué me está pasando? ¿Qué nos está pasando?
Que con cualquier cosa nos conformamos y aceptamos un mensaje antes que una llamada, que entregamos 5 días a la semana a no sé quién para poder tener dos para nosotros. Que seguimos haciendo caso a nuestro orgullo antes que a nuestro corazón, o cabeza. Seguimos usando el plural solo para culpar y conjugamos solo la primera persona del singular para vivir.
Y sí, creo que lo que me pasa es que me hago mayor, ya lo he comentado antes.