No creo que lo recuerdes pero viniste al mundo llorando; y
si no lo hiciste te pegaron para que lo hicieras alegando que era necesario,
cual sinopsis de la vida. Inmediatamente después interpretaste que llorando era
la única forma de conseguir comer y un cambio de pañales.
Pero de repente todo se dio la vuelta, llorona y llorica se
convirtieron en insultos. Se metieron también con tus lágrimas de cocodrilo
mientras luchabas por evitar que algún que otro moco saliera de la nariz.
Si eres mujer quizás te conmovió escuchar a Bob Marley eso
de “No woman no cry” como si llorar fuera malo, y siendo hombre quizás se
acentuó el trauma con Miguel Bosé y eso de “Los chicos no lloran”. Y todo eso
pasaba mientras Celia te recordaba que la vida es un carnaval y no era necesario
llorar.
Si fuiste curioso e
indagaste en la vida del rey Boadbil quizás topaste con la frase que le dijo su
madre tras perder Granada ("Llora
como mujer lo que no supiste defender como hombre”). Desde luego que llorar no está bien visto. Y así
inventaste excusas tan malas como eso de “se me metió tierra en el ojo”.
Por otro lado tus lágrimas junto a tu sudor y tu sangre le
dieron valor a aquel reto que pudiste completar y ya ni recuerdas. Y mientras
tanto, Peret seguía buscando aquella lágrima tuya que cayó en la arena.
Mención aparte merecen las lágrimas de alegría, olvidadas
casi siempre; abocadas a ser carne de sospechas. Incluso si lloras de alegría
alguien pensará que lo haces tratando de esconder alguna maldad.
Y tras reflexionar con esto de llorar resulta que no hay
receta que valga salvo ser natural y no olvidar a El Chojin con eso de “ríe
cuando puedas, llora cuando lo necesites”.
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