viernes, 30 de agosto de 2013

Historia de verano

De vez en cuando se me ocurren historias, sé que a tu pareja también le pasa y que trata de hacerte creer que "lo rojo" de su cuello es fruto de la alergia, pero en este caso no pretendo salvar ninguna relación sino demostrarme a mí mismo que si lo busco también puede haber un romántico en mi interior. Esta es mi historia de verano, una historia que empezó sin final a la vista y finalmente quedó así.

Él vivía ajeno a todo, no sé si era en una isla desierta o simplemente aislado en algún lugar del continente. Jamás le había picado la curiosidad de ver qué había más allá, es más, no dejaba de mirar hacia abajo, estaba convencido de que todo lo que necesitaba estaba allí.

Ella miraba siempre hacia arriba, jamás le pregunté si por mera casualidad o por convicción pero así era. Había llegado a asimilar que en el cielo estaban todas las respuestas, y a él le debía sus días.

Un día, por aire o por mar, pero caído del cielo él supo de ella. Lógicamente no lo vio venir porque hacia arriba no había mirado pero sin darse cuenta se topó con su reflejo, o con una foto de carnet de ella, no sé bien. El caso es que decidió salir en su búsqueda. Ahora sabía que ella existía y no podía quedarse así allí.

Y la encontró, nadie sabe cómo pero lo hizo. Ignoro si se enamoraron; nunca le pregunté, los hombres no hablamos de esas cosas  así que respeté el código. Sí sé que cuando se encontraron él empezó a mirar hacia arriba y ella por fin bajó la mirada. Cedieron hasta encontrarse las miradas, y allí se detuvieron.


Lo que sucedió entonces no suena creíble, pero pasó. En el cielo las estrellas brillaron más que nunca conjuntando con la luna y en tierra florecieron las más bellas plantas. Pero ninguno se inmutó, de hecho lo único que se oyó fue que él le decía a ella, o ella a él no sé bien, “tengo que enseñarte algo, y quiero que me enseñes tu mundo,  pero ya tendremos tiempo, ahora estoy viendo todo lo que quiero ver”.

jueves, 29 de agosto de 2013

Nada es fácil...



Nada es fácil, lo sabes tú y lo sé yo. Ni tan siquiera respirar es tan sencillo como crees, si no recuerda aquellos momentos en los que te quedaste sin aire, por algo bueno, por algo malo o simplemente porque te atragantaste con tu propia saliva. No olvides tampoco a quienes viven atados a una máquina para algo aparentemente tan fácil como respirar.

Dicen que vivir es todo lo que hay que hacer en la vida, aún así estuviste nueve meses entrenándote para ello.  A estas alturas probablemente ya habrás comprobado que hay momentos en los que todo va cuesta arriba, otras veces cuesta abajo y que hasta ir en llano cansa. Me gusta pensar que en el camino siempre habrá lugar para un paso más, para una décima de segundo más sin expulsar aire, tal vez para otro parpadeo o una palabra de aliento adicional. Y así es, probablemente cuando crees que ya no hay mucho más que hacer siempre se puede aguantar un poco más. Pero algún día un paso se convertirá en el último.

Análogamente, siempre podremos estar mejor y también peor. Pero no quiero desviarme del tema. Nada es fácil, ni construir las pirámides de Egipto, ni llegar a la luna, ni tan siquiera convencer de que La Tierra era redonda lo fue. Aprender a caminar a hablar, a leer, o a escribir te costó. Despedirte de quien “quisiste” y/o “quieres” (con o sin comillas) tampoco puede casarse con la palabra fácil.

Sin embargo, aquí estamos, sobrellevando las complicaciones que todos tenemos, pero estamos porque no menos cierto que nada es fácil es que nada es difícil. Así, si se me permite autocorregirme diré que nada es fácil pero difícil tampoco.