jueves, 29 de agosto de 2013

Nada es fácil...



Nada es fácil, lo sabes tú y lo sé yo. Ni tan siquiera respirar es tan sencillo como crees, si no recuerda aquellos momentos en los que te quedaste sin aire, por algo bueno, por algo malo o simplemente porque te atragantaste con tu propia saliva. No olvides tampoco a quienes viven atados a una máquina para algo aparentemente tan fácil como respirar.

Dicen que vivir es todo lo que hay que hacer en la vida, aún así estuviste nueve meses entrenándote para ello.  A estas alturas probablemente ya habrás comprobado que hay momentos en los que todo va cuesta arriba, otras veces cuesta abajo y que hasta ir en llano cansa. Me gusta pensar que en el camino siempre habrá lugar para un paso más, para una décima de segundo más sin expulsar aire, tal vez para otro parpadeo o una palabra de aliento adicional. Y así es, probablemente cuando crees que ya no hay mucho más que hacer siempre se puede aguantar un poco más. Pero algún día un paso se convertirá en el último.

Análogamente, siempre podremos estar mejor y también peor. Pero no quiero desviarme del tema. Nada es fácil, ni construir las pirámides de Egipto, ni llegar a la luna, ni tan siquiera convencer de que La Tierra era redonda lo fue. Aprender a caminar a hablar, a leer, o a escribir te costó. Despedirte de quien “quisiste” y/o “quieres” (con o sin comillas) tampoco puede casarse con la palabra fácil.

Sin embargo, aquí estamos, sobrellevando las complicaciones que todos tenemos, pero estamos porque no menos cierto que nada es fácil es que nada es difícil. Así, si se me permite autocorregirme diré que nada es fácil pero difícil tampoco.

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