Nada es fácil, lo sabes tú y lo sé yo. Ni tan siquiera
respirar es tan sencillo como crees, si no recuerda aquellos momentos en los
que te quedaste sin aire, por algo bueno, por algo malo o simplemente porque te
atragantaste con tu propia saliva. No olvides tampoco a quienes viven atados a
una máquina para algo aparentemente tan fácil como respirar.
Dicen que vivir es todo lo que hay que hacer en la vida, aún
así estuviste nueve meses entrenándote para ello. A estas alturas probablemente ya habrás
comprobado que hay momentos en los que todo va cuesta arriba, otras veces
cuesta abajo y que hasta ir en llano cansa. Me gusta pensar que en el camino
siempre habrá lugar para un paso más, para una décima de segundo más sin
expulsar aire, tal vez para otro parpadeo o una palabra de aliento adicional. Y
así es, probablemente cuando crees que ya no hay mucho más que hacer siempre se
puede aguantar un poco más. Pero algún día un paso se convertirá en el último.
Análogamente, siempre podremos estar mejor y también peor. Pero
no quiero desviarme del tema. Nada es fácil, ni construir las pirámides de
Egipto, ni llegar a la luna, ni tan siquiera convencer de que La Tierra era
redonda lo fue. Aprender a caminar a hablar, a leer, o a escribir te costó. Despedirte
de quien “quisiste” y/o “quieres” (con o sin comillas) tampoco puede casarse
con la palabra fácil.
Sin embargo, aquí estamos, sobrellevando las complicaciones
que todos tenemos, pero estamos porque no menos cierto que nada es fácil es que
nada es difícil. Así, si se me permite autocorregirme diré que nada es fácil
pero difícil tampoco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario