Ser niño aquí es soñar que las nubes son camas elásticas en las que poder saltar, o desear zambullirse en un mar de nubes. Porque aquí nunca se pierde el mar como referencia. Mar que protagoniza la eterna duda de un canario, ¿el mar nos une o nos separa?.
Aquí el silbo te habla, en el aire se esconde un mensaje, igual que en el horizonte se esconde San Borondón. Te habla el paisaje y te dice que hay que ser fuerte, que hay que adaptarse a las condiciones, como hace la sabina o como el agricultor que siembra en bancales. De hecho nuestra gastronomía sigue la misma filosofía, comemos lo que tenemos mezclado con la imaginación del isleño.
En Canarias el 7 es número mágico, al igual que el 3718 y vivir bajo las faldas no suena obsceno si es de las de un volcán de las que hablamos. Porque sí, somos tierra de lavas y volcanes, aunque a veces se nos olvide.
En esta tierra se amonesta la pasividad en la brega, así que hay que saber usar las mañas: burra, cango, pardelera o tronchada pueden hacer que el chico tumbe al grande, al puntal. No se permite quedarse quieto, y hay que moverse, ya sea a ritmo de carnaval o conducido por los alisios.
En la niñez te acompaña el olor a gofio recién molido en el molino o a pino que resiste y vuelve a rebrotar. Acompaña también el sueño de ser milenario como el drago de Icod, o gigante como el lagarto herreño o gomero. Hay tanto endemismo con el que compararse...
Somos pueblo emigrante, inmigrante, en definitiva, migrante. Canarias es América en el habla, Europa en lo legal y África en el mapa, y si no siempre llega la calima para recordarlo, siempre quedarán las dunas de Maspalomas como aviso. Somos buena gente, aunque como en Timanfaya siempre se esconda algún diablo.
Tierra afortunada, ya lo decían los griegos. Tan afortunados somos que aunque no se crea en vírgenes, Nieves, Reyes, Pino, Candelaria, Guadulpe o demás patronas te reciben con las puertas abiertas.
Ya he hablado de nacer y crecer aquí, ¿y morir? Es difícil elegir en qué isla morir, o dónde depositar los restos, si por el riachuelo de la Caldera, en la arena de Papagayo, en el Mar de las Calmas o en lo más alto, ese volcán que lo mires por donde lo mires te atrapa.