martes, 24 de noviembre de 2015

Mi frente

Hace un par de semanas tuve la suerte de celebrar el Diwali, año nuevo hindú. Durante la celebración, pintaron mi frente con el bindi, el clásico punto rojo que simboliza el tercer ojo, ojo que mira hacia el interior de uno mismo. No pude profundizar mucho más, pero al menos decidí dedicarle una entrada a mi frente, algo que no debería sorprender sabiendo mi “capacidad” para escribir sobre un color o sobre las manos.



No sé si tengo más de dos dedos de ella, pero tengo claro que con el paso del tiempo le ganará terreno a mi cabello. Procuro ir con ella por la vida, de frente y haciendo frente a lo bueno y malo que trajo, trae y traerá.

Mi frente luce alguna cicatriz, cicatriz que mañana tendrá arrugas acompañando, igual que en mi adolescencia lo hizo el acné. A veces la abrigo con flequillo y en otras ocasiones dejo que los mosquitos la adornen de picadas.

La arrugo cuando algo me extraña, y recurro a ella con algún golpe cuando caigo en la cuenta de algo que hasta ese momento se me escapaba.

Alguna vez chocó con algún escalón u objeto puesto a traición, haciéndome recordar que quizás no sea tan pequeño como a veces pienso.

Sé que a mi frente todavía le queda mucho por soportar, ya sea a la sombra de una gorra o al descubierto, pero debo confesar que todavía espero que el día de mañana todas las noches alguien la bese mientras me susurra “Buenas noches, papá”.


Podría seguir y contarte mis frentes abiertos, pero será mejor que pongamos unos refrescos por medio y te los cuento.