-->
Hace justo un año,
concluía mi primera experiencia como Peregrino (sí, me apetece ponerlo en
mayúscula), y justo desde ese momento, o tal vez desde antes, tuve claro que no
debía precipitarme en subir mi entrada al respecto. Hay tragos que hay que
saber digerir para encontrar matices, y eso he hecho.
Podría resumir la
experiencia en solamente siete letras, apenas un segundo, o lo que se tarde en
pronunciar la palabra gracias.
Porque sí, en vez
de llenar esta entrada de anécdotas y reflexiones, que las hubo, me sale dar
gracias. No sé si la experiencia me ha hecho mejor persona, eso tendría que
haberse visto ya, pero hoy me siento agradecido y lo haré sin respetar siquiera la cronología de los hechos.
Doy gracias a
todos los colores que pasaron por mis ojos, el verde de Asturias, como hacía
tiempo no veía. Al morado de mi pierna que cambió de color cada día o al color
de las piedras de Santiago.
Agradezco a los hórreos que me miraban desde arriba, a los cencerros que me animaban a seguir pedaleando, al asfalto de la carretera a Lugo que quiso besar mi muslo, y lo consiguió.A todos los pueblos visitados, a las fuentes del camino, a todo paisaje que usé de excusa para sacar una foto y tomar aire. Aire al que también le doy las gracias, ya viniera fresco o con aromas de incienso dentro del botafumeiro.
Tengo también palabras de agradecimiento para Lugo, por ser la última capital gallega en dejarse conocer, una muy grata sorpresa gastronómica y visual.
También doy las gracias a mi memoria, que me hace olvidar los momentos malos, que me cuentan que los hubo y a mi fuerza de voluntad por demostrarme que existe e invitarme a pedalear un poco más antes de bajarme.
Sería una hipocresía por mi parte, no agradecer a quien nos dio y a quien nos pidió agua, por recordarnos que no siempre hacen falta grandes cosas para seguir adelante.
Gracias a la
música que nos acompañó, imposible usar una sola canción como banda sonora de
esta experiencia. Imposible también es no emocionarse al saber que en
Compostela, Santiago espera siempre su abrazo.
No olvido a la
bici alquilada, por no dejarme tirado, como sí hice yo con la mía (ojalá que
esta vez, no exista el karma) ni al improvisado bingo de Pola de Allande. Les
prometo que nos dan cinco días más allí y arrasamos en las próximas elecciones
de 2019.
Debo agradecer
también a mi empresa, no solo por darme vacaciones, sino por no desactivarme el
desvío de llamadas y demostrarme que soy capaz de pedalear y hablar por
teléfono a la vez.
Merecen también
una mención las pocas asturianas que nos sonrieron, la sidra de Oviedo, las
incontables botellas de Aquarius o al billar de aquel bar donde repartimos
juego.
No puedo ni debo
olvidarme de agradecer a los que quedaron en tierra, se emocionaron y sintieron
nuestro “triunfo” como suyo, GRACIAS. Y sobre todo, al resto de la expedición, y a esa extraña sensación de querer llegar pero no terminar.
Igual de
agradecido estoy con todo aquel que selló nuestras credenciales, o con quien
deseó y recibió un mensaje de “buen camino”, que sin duda se hizo real.
Gracias de corazón también a quien me enseñó a querer a (y
en) Santiago, desde aquel verano de 2005 hasta hoy.
Y por supuesto, gracias también a Santiago de Compostela en especial por volver a recibirme, mejor que nunca. Y por volverse a despedir con lluvia de mí. Esta vez no te regalé lágrimas, sino la promesa de volver. Promesa que cumplí.