Hoy escribo la página 10.963 de este libro cada vez menos nuevo. 360 capítulos, 30 vueltas al sol.
Este libro tiene tanto páginas casi intactas como arrancadas. A algunas vuelvo casi a diario para releerlas y como nunca fui de subrayar, me encuentro con muchas esquinas dobladas por si me olvido por dónde voy. A veces usé de marcapaginas un ticket usado, una tarjeta de visita, una tarjeta de embarque o el resguardo de una quiniela. No sé si es un libro de viaje, un poemario, un libro de aventuras o un cómic, aunque solamente contiene algún dibujo tímido, y muy a mi pesar ninguna partitura.
Como prólogo, este libro tiene dos padres felices que me invitan a dejar de prólogo una generación también feliz, aunque a veces dude de si llegará o no.
Este libro a veces habla de penas, de alegrías o de amor. Y no olvida viejos amores, como aquel con el que intercambiaba libros, pero de los de mentira, quien me esperaba a diario en el rellano de casa, quien me dejó sin dormir un puñado de noches o quien contó los días para desquitarse y abrazarme. Solo espero que en el improbable caso de que hoy lean esto, sepan que su tinta todavía no se ha borrado de mis páginas.
Esos capítulos fueron escritos en aviones, guaguas, en hoteles, mientras te esperaba en tu portal, en el sillón de su casa, o en la sombra que dejaba el taxi donde marchó, en las despedidas en aeropuertos y también en cada salto que dimos en aquel concierto, se escribió una parte en la estrella fugaz que no cumplió lo que le pedimos, o al menos en la forma esperada y en las noches de carnavales buscando el big bang de su abrazo. Se escribió también en aquellos momentos en los que se escapa la vida: semáforos, ascensores, salas de espera...
Este libro no tiene consejos, porque los vendí todos, pero esconde certezas y dudas, al fin y al cabo dudar es mi verbo. También se esconden promesas que no se van a cumplir, como las que firmé hace unos años en un lejano banco.
La portada amarillea a veces y otros días brilla, según cómo me sienta. Sí, lleva mi nombre, como las maletas que tantas veces hice, aunque todavía quede un viaje de regreso. Pero en honor a la verdad, realmente ha sido escrito por quienes me acompañaron, aunque sólo fuera un ratito, un paseo en guagua donde cada uno tenía su parada. Y pese a todo, resiste, a la arena negra, la tierra del patio, el agua de la playa, el jugo derramado en la mochila, a las arrugas por malas compañías que aprietan, pensándolo bien, son muchas las inclemencias ha pasado ya. Y sí, también cayó alguna lágrima sobre mis páginas. Algunas de tristeza, otras con un “te quiero”.
Hay fragmentos que hablan de inocencia, pero no siempre fueron escritos desde un pupitre en tercera fila. Algunos capítulos tienen candado, como quien se cambia de ropa a escondidas, como quien se tapa la cara en medio de un orgasmo, como quien pide perdón por tener hipo. Este libro se ha escrito sobre líneas torcidas, con mejor y peor pulso, con algún tachón y falta de ortografía. Con tintas de mil colores, lo normal cuando se escribe a La Luz de la luna, sin luz o borracho, a lápiz, a bolígrafo, con un Nokia o con un iPhone.
Este libro tiene un índice desorganizado, que roza el límite entre lo frenético y lo caótico, exitos y fracasos se mezclan, como en el concierto de aquel cantante que todavía no tiene para llenar un espectáculo de dos horas. Y es que para empezar, no todas las páginas van numeradas. Tiene incongruencias, algunas voluntarias, otras fruto de los cambios de normas. Pero seguiré abriendo puertas, dejando pasar o deseándole salud a quien estornude, aunque tal vez no la merezca.
En los agradecimientos, la letra va en pequeño, no porque nadie merezca ir en grande, sino para que quepan todos. Si es que nunca fui de sintetizar, con lo sencillo que sería poner un “dedicado a ti”.
Pasar página no siempre fue sencillo, y es por eso que este libro ha sido escrito con la fortaleza de quien cree que reconocerse débil ya es un paso.
Mi libro no esconde el ratio correcto, de palabras-hechos, pero es mi libro y seguiré haciendo lo posible por seguir escribiéndolo. Si quieres, te invito a seguir escribiéndola, a leerla, pero no trates de entenderla, y ahórrate los “no pensé que fueras así”, porque no sé si duelen o calman.
miércoles, 23 de octubre de 2019
sábado, 12 de octubre de 2019
Mi país
Hoy, que todos hablan de banderas y de nación, de modelos de país, de rupturas y conquistas, no se me ocurre otra cosa que escribir de mi país favorito, el país más rico del mundo.
Mi país es una isla, pero no es la que crees. Mide 150x190 cms, 28.500 centímetros cuadrados, sin contar los de su piel, que no me he atrevido a contar.
Es rico porque tiene todo lo necesario para vivir: dos almohadas, una bajera, una sábana y una colcha. Aquí, soñar supone el 70% del Producto Interior Bruto.
Lo rodea un reguero de ropa desperdigada, menos tóxico que los micro plásticos, menos molesto que las algas. Al fin y al cabo, nadie dobló su ropa cuando la pasión le llamó. Cuando amanece, la luz entra entre las rendijas de la persiana, formando 18 franjas. Vale, me lo acabo de inventar, aquí no hay lugar para el aburrimiento como para ponerse a contar.
Sin embargo, lo que hace inolvidable los amaneceres aquí, es que todos los días comienzan con un “buenos días”, que es lo mínimo que toda persona merece recibir a diario.
En lo político poco puedo decir, hemos aprendido a vivir en la inestabilidad buena, a veces hay reina, a veces, simplemente no hay reglas. Aquí, los cargos de confianza tienen forma de almohada. Pero es un país feliz, basta con ver que en países vecinos se entretienen dando martillazos las mañanas de los sábados, si no es pasando la aspiradora o moviendo muebles.
Mi país existe, yo lo he visto, yo creo en él.
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