Ahora podría ser falso y decir que el dinero no sirve de nada, y que lo seguimos queriendo. Pero no, de momento el dinero sigue siendo útil, quizás no tanto como algunos imaginan pero lo es. Tal es así que entregamos lo único que tenemos, a cambio de un salario.
Pero hoy no voy por ahí. Tampoco mencionaré todos esos recuerdos que vamos acumulando a lo largo de la vida y apenas tienen valor. Mencionarlo sería como dispararme a mí mismo y despertar la furia de la propia Marie Kondo.
Es la razón eso que nos nubla, esa medalla de consolación inútil o el absurdo motivo para muchas peleas que no llevan a ninguna parte.
De hecho, cuando pienso en este tema, me imagino al ahora criticado Cristóbal Colón llegando a las Indias, sonriendo por tener la razón, soñando con volver a Castilla a contar que había acertado, y que La Tierra era redonda. Luego, después de ese momento quizás se dedicó a hacer otras gestiones con los indígenas, pero de eso no me hablaron mucho en la escuela. Cristóbal tenía la razón, aunque en el fondo no fuera así.
Podría seguir con absurdas imaginaciones, con ejemplos poco elaborados o con la clásica referencia a la RAE que suele acompañar a mis entradas. Pero no.
Con el panorama político actual, con la polarización de ideas, con todo esto de las Redes Sociales, hay un fenómeno que no puedo pasar por alto, el de quienes bloquean a quienes no piensan igual, a quienes pasan la persiana sobre otras ideas, porque al fin y al cabo, ya sabemos que ojos que no ven, corazón que no siente. ¿En serio querer tener la razón vale más que escuchar otros puntos de vista?
Dicho esto, vuelvo a una reflexión espontánea que solté hace no más de año y medio: no quiero rodearme siempre de gente que piense como yo, me enriquece la gente diferente. No hay más.
Tengo razón, ¿verdad?.
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