No es que sea escéptico o que tenga mis dudas sobre su utilidad, simplemente ya no creo en ellos.
Será que tuve la suerte de ver Venecia con lluvia, que en mi ciudad la lluvia hace brotar vida entre los adoquines y los tejados o que no pude darle mucho uso a mis botas de agua de Mickey durante mi juventud. Al fin y al cabo, ¿a quién no le ha intrigado nunca la lluvia?
Sí, sé que una herramienta a la que Rihanna dedicó una canción o que tiene un objeto específico para guardarlo, mientras esperan su oportunidad, pero ya no creo en ellos. Lo siento.
Bajo él disfruté de grandes compañías y por ello no me importó perderme bellos paisajes, pero eso fue cuando creía en ellos.
No sé, a lo mejor es que que no crecí lo suficiente como para poder llevarlo con seguridad y firmeza, o que me he vuelto práctico y no me gusta cargar con nada, que es una responsabilidad tener que cuidar de un objeto más, no lo sé bien.
El caso es que ya no creo en los paraguas, por lo que puedo añadir un nuevo punto a esta entrada que hace ya unos cuantos años escribí a un niño que espero haya crecido feliz.