martes, 8 de noviembre de 2011
Los regalos del otoño
Con el otoño llega la lluvia, y con la lluvia la magia, esa magia de ver cómo cambia el ritmo de las cosas, los coches, acostumbrados a ir rápido se ralentizan y dan paso a los atascos, mientras, las calles se aceleran en busca de un soportal donde resguardarse de la lluvia o el camino más corto de vuelta a casa. En otras ocasiones la lluvia sirve para que la gente se crezca. Me explico, lejos de hacer que encojamos, la lluvia hace que el novio que espera a su pareja, paraguas en mano, y la otra mano en un bolsillo, con ese gesto tan de esperar, sea recibido como un héroe a la hora del encuentro, recibimiento que valdrá una sonrisa y acabará con un paseo bajo el paraguas. También la lluvia hará que los campos se vuelvan verdes, y traerá inspiración a poetas y artistas, pero todo esto, mejor que lo digan ellos y no yo.
No solamente sufrirán cambios las calles, los armarios se verán alterados llegarán a él el negro y el gris como color predominante, y se esconderán los colores chillones, las botas harán acto de aparición y se erigirá un ídolo cada vez que alguien vista bermudas y camiseta de manga corta. Yo por mi parte, mantendré la ilusión despierta, puesto que todas las chicas visten igual, me parecerá ver en cada esquina a mi amor platónico, después vendrá la desilusión pero habrá valido la pena y esconderé la vergüenza entre bufandas.
Por su parte, la decoración navideña se adueña de los escaparates y estanterías de comercios, dando el color que a las calles les falta con tanta ropa oscura, el rojo de Papá Noel una vez más llamará la atención de los transeúntes, aunque por dentro, muchos se mantendrán fieles a los Reyes Magos, pero como eso queda lejos, en otoño no surgen esas dudas. Hasta el 7 de enero y desde hoy persistirán arbolitos y figuritas, y una vez pasadas las fechas, el comerciante se verá con stocks inútiles, igual que pasa tras Halloween o Carnavales. Pero como ya dije antes, todavía no es momento de preocuparse, más que nada porque el otoño es una estación de transición, aunque no es menos cierto que toda estación es de transición, toda estación terminará y dará paso a otra pero tarde o temprano volverá.
Y mientras otoño me trae estos tres regalos yo probablemente seguiré expectante viendo la metamorfosis otoñal con mi eterno dilema que me lleva a desear que pase el tiempo para algunas cosas y que se estanque para otras cosas, mientras cuento los días para los exámenes y no me salen las cuentas.
jueves, 3 de noviembre de 2011
Una reflexión de cumpleaños diferente
Hubo un tiempo en que cumplir años, a pesar de los regalos, me deprimía, me molestaba y me hacía reflexionar mucho. Comencé así a escribir cada vez que llegaba mi cumpleaños y aunque sigue haciéndome reflexionar, el desahogarme ha hecho que trate de buscar una lectura positiva del paso del tiempo.
El tiempo ha venido a por mí y a por todos mis amigos, y no es casualidad que tome prestada la frase que tanta felicidad traía en mi infancia cuando uno se “libraba” jugando al escondite, no es una mera coincidencia porque es en estos días cuando con mayor frecuencia hecho la vista atrás y me encuentro con mi versión de niño, tan lejos y a la vez tan cerca, y lejos de caer en el síndrome de Peter Pan, o en el de Dani Martín (que siempre en sus discos tiene alguna canción que hace alegoría a la infancia) he optado por sumar y asumir.
Sumo y asumo los años, y con ellos sumo y asumo fracasos, pero trato de eclipsarlos con algún que otro “éxito” que a fin de no crecerme trato de no creerme tanto, sumo y asumo también mentiras que con el paso del tiempo han dejado de dolerme. Y esto lo que más me preocupa quizás, porque con el paso del tiempo he perdido la capacidad de sorpresa, volviéndome una persona un poco más desconfiada aún. Desconfío ahora de la palabra gratis, de los mercados, y de algo que antes me imponía tanto como es La Bolsa, no me creo nada ya. El espíritu crítico se ha despertado en mí, como el niño que empieza a ver el mundo con otros ojos tras “descubrir” a los Reyes Magos o como el reo que ve la luz y afronta otra realidad con otra actitud.
El caso es que para no marear la perdiz mucho más, y a fin de que no pase el tiempo mucho más y se mezcle este pequeño “desahogo” con mi ya tradicional discurso de Navidad concluyo en que lo más importante que he aprendido es en dudar cuando alguien dice eso que hay una edad mejor que otra, ¿y por qué? .Pues simplemente porque la mejor edad es siempre la que uno tiene, edades pretéritas ya no volverán y futuras edades son una incertidumbre, y no hay mejor forma de llevar a cabo el “carpe-diem” que asumiendo esto, que para tragarse las palabras ya habrá tiempo cuando la memoria flaquee y las rodillas estén más cascadas. ¿Que los 90 años son la mejor edad? No te lo crees ni tú.