Terminó el Carnaval y los disfraces más afortunados, tras
pasar el día al sol, vuelven a la soledad y humedad del altillo. Otros con peor
suerte acabarán en el PIRS previo paso por el contenedor verde donde se
encontrarán con pelucas, gorros y demás objetos que se quedaron en la Weyler y
no llegaron ni a la San José.
No quedarán restos de purpurina en tu cara y quizás los
únicos recuerdos que queden de una
tiempo tan feliz sean un pelo de peluca en el suelo de la casa, alguna
lentejuela en la bolsa de la aspiradora y algún mechón rebelde que no quiere
quitarse su disfraz hecho con spray de colores. No puedo olvidarme tampoco de
alguna que otra herida que quizás a estas horas no recuerdes cómo te hiciste
pero no te duele, además el morado parece haberse enamorado de la fiesta y se llena
de varios colores.
Te curarás, volverás a beber pese a que tu hígado pida a
gritos estar en barbecho durante unas semanas. Pero por favor, nunca olvides
ese consejo que convertiste en himno durante todos los carnavales. Sigue bailando,
sigan bailando, porque si tú bailas este mundo puede parecer un poquito menos
triste, y no estamos como para ir desperdiciando oportunidades así.
Sigan bailando, sigan bailando
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