Llevaba días preocupado por no saber qué escribir. Ni la
situación política del país, ni los cambios en la jerarquía eclesiástica, ni el
día de la mujer trabajadora han logrado inspirarme. Supongo que será cosa del
frío. Supongo también que cuando Pereza cantaba aquello de “con los pies fríos
no se piensa bien” lo hacían con conocimiento de causa.
La vaga ocurrencia que se me pasó por la mente era escribir
sobre fútbol. Lejos de dobles pivotes, expulsiones exageradas, cruces de
cuartos de final o ese argentino que parece no tener límites. Quería escribir
del fútbol como principal elemento globalizador por encima de las hamburguesas
de la “M amarilla” o de esas manzanas que lucen en ordenadores, tabletas,
reproductores de música o móviles. Pretendía hacerlo con una afirmación muy
radical “en los colegios no se debería enseñar tantas Matemáticas, Conocimiento
del Medio, Religión (…) se debería enseñar fútbol”.
Pero no, he aprendido a escribir solamente cuando estoy
medianamente convencido de algo, y esta vez no era el caso. Es cierto que mi
tesis estaba respaldada en la obligación de saber de fútbol para poder entablar
conversaciones con compañeros de trabajo, conocidos, o recién presentados. No importa
la jerarquía, en ese momento todos estamos al mismo nivel y sacamos nuestros
conocimientos futbolísticos a escena. En ese instante, da igual si sabes lo que
es la mitosis o no, da igual que no recuerdes ningún elemento de la tabla
periódica, puedes flaquear en las tablas de multiplicar… pero si no sabes cómo
quedó el partido del fin de semana, quién marcó, qué jugador está en racha,
etcétera etcétera puedes ser visto como un ser muy muy extaño.
Rechacé llevar a cabo mis intenciones de escritura. Hasta que
algo pasó, me recordaron que tal día como hoy pero hace 16 años (16 años, que
se dice pronto) mi equipo llegó lo más lejos que jamás ha llegado en
competiciones europeas. Estas cosas no solamente me hacen sentir viejo sino que
también me hacen comportarme como uno de ellos y decir frases tan típicas como
eso de “y parece que fue ayer”, “la vida pasa muy rápido”, “nadie ha vuelto a
vestir la camiseta del Tenerife con tanto orgullo como lo hacían antes”.
Recuerdo llegar de clases de inglés aquel 18 de marzo de
1997. Martes, eso significaba que tenía que ser rápido para ducharme y terminar
las tareas porque los martes históricamente siempre llegaba a casa a eso de las
19:15. Recuerdo también estar en la cama de mis padres viendo el partido con mi
madre, algo muy raro puesto que a mi madre no le gusta el fútbol. Y eso es lo
bonito, que una persona a la que no le gusta ver el fútbol renunciara a ver “Médico
de Familia”, “Querido Maestro”, “Urgencias” o qué se yo qué programa de la
televisión de antes por estar con su hijo sobre aquella manta de lana viendo a
aquel equipito luchando por hacer algo grande.
Creo recordar que mi madre celebró el gol del Tenerife. Y probablemente fue ahí cuando comprendí que no
me gustaba el fútbol, lo que me gustaba era las emociones que transmiten menos
de dos docenas de tíos corriendo tras un balón. Tras ese día llegaron botellas
de champán para celebrar ascensos, días de fútbol con gente a la que ahora no
me hablo, abrazos a desconocidos al marcar Alfaro a Las Palmas, dolores de
barriga al ver asomar el césped del estadio, o mochilas preparadas desde por la
mañana para ir al estadio con mi abuelo. Recuerdo también estar subidos a los
hombros de un amigo descorchando una botella de sidra para celebrar el gol de
Kome, o abrazarme a mi primo tras ganarle al Xerez el año del ascenso. O
recorrer toda la isla de La Palma con mi otro abuelo y mi bandera para ver un
simple partido amistoso.
Ahora, 16 años después, hundidos bastante abajo es cuando
empiezo a darme cuenta de lo que significaba aquel gol de Antonio Mata, ahora
es cuando empiezo a desear de verdad que esos días vuelvan. Porque ya sabemos
que el que prueba siempre quiere repetir. Ahora es cuando comprendo que seguir “adelante
sin temor” es más que una frase del himno, es una filosofía de vida.
Y además de todo eso, el Tenerife hoy ha sido la excusa para
actualizar este blog. No le puedo pedir más al equipo de mi tierra por hoy.
Bueno sí, volver a sentir lo que en su momento no entendí.
Me gusta cómo escribes, Dani. Hasta a mí, que no me gusta el fútbol, me has transmitido la emoción de aquellos momentos... No pierdas la racha.
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