martes, 31 de diciembre de 2013

Esto y más me deja el 2013

Dicen que el número 13 es sinónimo de mala suerte, de hecho, hay gente que incluso padece “triscaidecafobia” y le tiene auténtica fobia a este número. Personalmente tengo poco que reprocharle a este 2013, pero creo que por cortesía debo empezar por un resumen global del año que acaba.

Como todos los años, toca recordar a todos aquellos que fallecieron, sé que me voy a olvidar de muchos de ellos pero en la lista hay nombres tan diferentes como El Batu o Constantino Romero, Paul Walker o Sara Montiel, Margaret Thatcher o Concha García Campoy, Hugo Chávez o Mariví Bilbao. Nelson Mandela y Manolo Escobar también se nos fueron, al igual que  Alfredo Landa o José Luis Sampedro o María de Villota. En Tenerife vimos también como el “Charlot de Tenerife” se nos marchaba. Todos a su manera dejaron algún ejemplo del que aprender. Y sí, soy consciente de que nombré a El Batu. 

Sin embargo no fueron los únicos, quizás por los efectos de la carne de caballo ya nos estemos olvidando de todos los que fallecieron en Boston en lo que parecía un tranquilo día de maratón, camino de Santiago en tren para pasar las fiestas, en un día aparentemente normal en Filipinas y tantas tantas víctimas silenciosas en mil y unas situaciones, como quienes fallecieron en una precaria fábrica en la India.

Hubo cambio de Papa, y parece que por primera vez en mucho tiempo, la Iglesia empieza a comprender la importancia de la simpleza, no hay más que ver el nombre escogido, Francisco, sin número, sin complejidades, sin nombres compuestos. Se agradece.

El verano se nos pasó rápido, y mientras en los diarios la única preocupación parecía ser cuánto se pagaría por Neymar o Bale, Galicia ardía. No es demagogia, pero este año le hemos dado más importancia a banalidades que auténticos dramas. Pareció importar más que un falso traductor estuviera en el entierro de Madiba que todos los inmigrantes fallecidos en Lampedusa. 

Creo que algo pasó en Siria, pero no estoy seguro, porque muchos decidimos girar la cabeza para no ver. Y no por ello dejó de pasar. Lo que sí pasó fue que las calles se siguieron llenando de basura, bien por huelgas como en Madrid, ya sea por la poca eficiencia de la Justicia como sucede con Urdangarín o simplemente porque se ha cambiado la definición de basura, y ahora al parecer estar en la calle haciendo deporte ya es motivo para ser visto como basura. Deporte que me trajo la alegría de volver a ver al Tenerife en segunda otra vez, cosa que nunca pensé que celebraría.

Y a todas estas, pese a que Madrid siguió en sus TRECE, la capital de España no será aún olímpica ni tendrá Eurovegas, tendrán que conformarse con tener relaxing cupe of coffee.

En lo personal, poco puedo reprocharle al año que termina, he vivido cosas nuevas y lo más importante aún, he disfrutado viviendo momentos que ya conocía, visitando lugares en los que ya había estado y alegrándome de volver a tener una rutina. Y aquí quiero matizar que vivir inmerso en la rutina no es malo, siempre que cada día se mantenga la ilusión por descubrir algo nuevo, por   buscar ese detalle que nos recuerde que ningún día es igual a otro.

Comencé a trabajar y vi cómo crecía mi familia, supe lo que era estar meses sin ver a los míos, y también el contar los días por reencuentros. Conocí gente a la vez que desconocía a gente que creía conocer, dije adiós, hasta luego y hasta siempre. 

Vi cómo se inventaban nuevas palabras y devalué otras tantas de tanto usarlas, pero no, no me arrepiento. También traté de ser el mejor en todo lo que hiciera pero no lo logré, ni fui ni soy el mejor en nada, pero aún así creo haber dejado huella, igual que dejaron huella en mí.

Volví a las aulas y volví a usar el “tengo que estudiar” como excusa, y afortunadamente la gente lo entendió. Vi nevar en Picadilly Circus y presencié como amigos cogían aviones para venir a verme.

También volví a empaparme de chácaras, pitos y tambores en La Bajada de El Hierro y llegué al final del camino. Ahora solamente falta esperar a que pasen otros cuatro años, aunque los herreños pese a los temblores sigan transformando los cuatrienios en un año.

De resto, este año trajo todo lo que un año, y una vida lleva consigo, decepciones, malentendidos, miedos, alegrías lo que es síntoma de haber vivido este año. Al fin y al cabo en eso consiste este juego.

Les deseo lo mejor a todos, a quienes tuvieron un mal 2013 les deseo un cambio de rumbo, y a quienes por contra no vayan a olvidar este año les deseo que este sea el peor de muchos, o en su defecto, que sigan igual. ¡Feliz año a todos!



Por cierto, si alguien se lo pregunta, la palabra que devalué fue GRACIAS, y no me arrepiento ni una vez de haberla usado tanto. GRACIAS A TODOS. 

domingo, 29 de diciembre de 2013

(de) pendientes

Nosotros, las personas, somos seres dependientes. Ya desde antes de nacer dependemos de nuestras madres a las que estamos conectados por el cordón umbilical. Nuestras madres, a su vez dependen del aire, de la ingesta de nutrientes, de un salario…

Vivimos todos en la cuerda floja, pendiendo de un hilo para no caernos y buscando la estabilidad entre balanceo y balanceo. Más que a veces caemos en el error de creer que la felicidad depende de otras personas cuando no está más que en nosotros. Pero no, hoy no voy a escribir sobre eso, hoy tengo el día juguetón y voy a lanzar mis (absurdos) originales juegos de palabras.

Somos dependientes porque nos hemos acostumbrado a la ambigüedad, al “depende” por repuesta. Hacemos planes dependiendo del tiempo, traspasamos fronteras dependiendo de papeles. Depende de si llevas escote, de si tienes 4 apellidos, de conocer a la persona indicada para que algunas puertas se abran. Todo depende del dinero que tengas para que te reciban en el banco con alfombra roja o con una inmensa cola. Nos dicen también que nuestro futuro depende de Europa.  ¿Me quieres? Depende
Todo depende, quien tiene una excusa tiene un tesoro.

Ahora empieza el festival del humor, y es que además de dependientes, somos seres de pendiente. Y no, no me refiero al adorno con el que vestimos las orejas.

Y  es que llenamos la nevera con notas con cosas pendientes cual agenda. Vivimos tan a la carrera  que hasta decirle a alguien que la queremos está pendiente. Tenemos cuentas pendientes y presupuestos pendiente de aprobación y lo vemos con toda naturalidad, aún sabiendo que nuestro tiempo en la tierra es limitado nos permitimos el lujo de dejar cosas pendiente.

De esta forma, tengo abrazos, besos, reuniones, encuentros, cervezas y borracheras pendientes. Simples llamadas también esperan aún a ser llevadas a cabo. Y aún debo  y me deben explicaciones. Y aún sintiéndome joven sé que muchos de esos pendientes no los voy a poder tachar de mi lista.

Quizás lo peor de todo esto es que nos hemos acostumbrado a los “ya te llamaremos”, los “ya nos vemos” o los “ya te contaré” y lo vemos con total naturalidad.


Y sé que ahora debería concluir esta entrada con una conclusión, pero el caso es que reflexionar sobre lo escrito está en mi lista de cosas pendientes.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Inmortal


Esta mañana, además de descubrir el gran problema de aparcamiento que tienen las ciudades descubrí colores nuevos al ver amanecer en la isla de enfrente. Y por si fuera poco se me ocurrió un pequeño cuento al ver como un "enchaquetado" corría para no ser atropellado con el semáforo en rojo para peatones.


Se creía inmortal por vestir traje, más discreto que el de un superhéroe pero igual de efectivo.


Se creía inmortal y por eso cruzaba por medio de la calle, tenía todo el tiempo del mundo y prisa a la vez.

Se creía inmortal y por eso no se separaba de la pantalla de su smartphone. Total, ya tendría tiempo para ver la vida más adelante.

Se creía inmortal y por eso se metía en hipotecas, tenía toda su infinita vida para pagarla.

Se creía inmortal mientras pensaba en presentaciones y reuniones. No necesitaba comer sino algo rápido, más bien como algo social.

Se creía inmortal y por eso miraba por encima del hombro, nadie podía matarle.

Se creía inmortal mientras hojeaba la prensa saltándose las necrológicas.

Se creía inmortal y por eso no escuchaba música sino el tono de llamada de su teléfono.

Se creía inmortal, pero no, no lo era.




                     (foto sacada por mi copiloto, cualquier deficiencia es culpa de la velocidad)
(No se preocupen, durante la mañana de hoy no murió nadie por mi culpa)