Aún no es hora punta en la Calle El Castillo, los comercios
no han abierto y los pocos transeúntes que habitan en ese momento la calle
miran al cielo cavilando sobre el estado del tiempo. Y es que el cielo está
gris y caen algunas gotas de agua, lo que conocemos como un chipichipi.
Integrados en el paisaje, con todos mis respetos, me voy
encontrando con varios músicos callejeros. Mi pobre cultura musical me impide
reconocer de qué canción se trata pero la verdad es que tiene aires de
tristeza. Y digo aire porque es de un acordeón y de las manos de su dueño de
donde viene todo.
Verano, bermudas, chanclas y pantalones que bien podrían ser
bragas copan la calle. Todo el mundo parece venir o ir a la playa, y quien no
lo hace sueña con ello. Si la vida fuera como publicistas y personal de Disney
nos hacen ver, la gente iría silbando por las calles, saludando a todo Cristo,
mientras lagartos y liebres disfrutan al sol. Tal vez en la esquina de Desigual
descansaría un mexicano al que entre poncho y sombrero no podríamos verle la
cara. Pero no, no es el caso, y lo que sí hay es algún saxofonista/guitarrista/acordeonista
animando la calle. Se respira euforia.
No sé si es casualidad o no, pero cuando llueve, las
canciones que los artistas nos regalan son tristes, y cuando brilla el sol,
cada nota trae optimismo. ¿No debería ser al revés? Es decir, los días de
lluvia deberían combatir el gris con algo de color, mientras que los días de
“solajero” no estaría mal que nos
bajaran al suelo, cual yin y yan, recordándonos cuál es la realidad.
En eso voy pensando a punto de torcer para llegar a “la
plaza de El Chicharro” cuando me planteo si realmente la música que suena es
tan triste o si soy yo el que quiere oírla con cierto pesimismo. Y ahí queda la
duda.
¿Qué moraleja saco de todo esto? Pues que hasta de un mes
gris se puede sacar algo bueno. Siempre que entendamos estas tres entradas en
el blog en enero como algo bueno. Y sobretodo, la conclusión que saco es que ni
cuatro gotas ni varias notas musicales pueden frenarnos e influir en nuestra
percepción. Está en nosotros.
Y sí, me aplicaré el cuento.