viernes, 31 de enero de 2014

Música en la calle

Aún no es hora punta en la Calle El Castillo, los comercios no han abierto y los pocos transeúntes que habitan en ese momento la calle miran al cielo cavilando sobre el estado del tiempo. Y es que el cielo está gris y caen algunas gotas de agua, lo que conocemos como un chipichipi.

Integrados en el paisaje, con todos mis respetos, me voy encontrando con varios músicos callejeros. Mi pobre cultura musical me impide reconocer de qué canción se trata pero la verdad es que tiene aires de tristeza. Y digo aire porque es de un acordeón y de las manos de su dueño de donde viene todo.

Verano, bermudas, chanclas y pantalones que bien podrían ser bragas copan la calle. Todo el mundo parece venir o ir a la playa, y quien no lo hace sueña con ello. Si la vida fuera como publicistas y personal de Disney nos hacen ver, la gente iría silbando por las calles, saludando a todo Cristo, mientras lagartos y liebres disfrutan al sol. Tal vez en la esquina de Desigual descansaría un mexicano al que entre poncho y sombrero no podríamos verle la cara. Pero no, no es el caso, y lo que sí hay es algún saxofonista/guitarrista/acordeonista animando la calle. Se respira euforia.

No sé si es casualidad o no, pero cuando llueve, las canciones que los artistas nos regalan son tristes, y cuando brilla el sol, cada nota trae optimismo. ¿No debería ser al revés? Es decir, los días de lluvia deberían combatir el gris con algo de color, mientras que los días de “solajero” no estaría mal que  nos bajaran al suelo, cual yin y yan, recordándonos cuál es la realidad.

En eso voy pensando a punto de torcer para llegar a “la plaza de El Chicharro” cuando me planteo si realmente la música que suena es tan triste o si soy yo el que quiere oírla con cierto pesimismo. Y ahí queda la duda.

¿Qué moraleja saco de todo esto? Pues que hasta de un mes gris se puede sacar algo bueno. Siempre que entendamos estas tres entradas en el blog en enero como algo bueno. Y sobretodo, la conclusión que saco es que ni cuatro gotas ni varias notas musicales pueden frenarnos e influir en nuestra percepción. Está en nosotros.


Y sí, me aplicaré el cuento.

jueves, 16 de enero de 2014

Brainstorming (con o sin paraguas)

Me dirijo al trabajo, a menos de 5 metros de mí, al igual que ayer, viajan un niño y su trajeado padre. Nunca tuve la habilidad de ver parecidos en la gente, pero esta vez mirándoles la barbilla a los dos pienso eso de “la verdad es que no se puede negar que es hijo suyo”. Por si fuera poco, ambos comparten una calma asombrosa, o por lo menos asombrosa para la edad del niño.

Puede ser cosa de la hora, pero quienes tienen por rutina el ir a trabajar/estudiar en transporte público saben de lo que hablo. Afuera llueve. Y de repente se hace un silencio lo suficientemente silencioso (no olvidemos que John Cage afirmaba que el silencio absoluto no existe) como para oír cómo el niño preguntaba porqué había gente sin paraguas. Oí una pequeña risa tímida que me confirmó que yo no era el único que sin querer había escuchado la pregunta.

La respuesta que el niño recibió, que la hubo, poco importa en el devenir de esta entrada. Y es que en ese momento aunque la pregunta no fuera dirigida a mí me paré a pensar qué hubiera respondido yo en ese momento. Y concluí en el momento que quizás aún no esté preparado para afrontar la paternidad.

Lo que me pasó después, fue algo que me suele suceder muy a menudo, y es que por mi cabeza comenzaron a pasar varias respuestas posibles. Paró la lluvia, pero a lo largo de la mañana me sorprendió una tormenta de ideas, y no, yo tampoco tenía paraguas para protegerme de ella. Estas son algunas de las hipotéticas respuestas que le hubiera dado al pequeño protagonista de esta historia:

  • “No todo el mundo tiene una madre tan previsora como la tuya”. Porque no nos engañemos, la obsesión del niño por llevar paraguas muy probablemente tiene origen en la figura materna.
  • “Hay gente que al salir de casa se encontró con un sol radiante”. Sí, no es cosa del cambio climático sino de los microclimas. (Además, no olvidemos que el actual presidente del Gobierno español negó en su momento la existencia del Cambio Climático)
  • “No todo el mundo tiene paraguas”. Quizás esta respuesta sea la más didáctica de todas y le ayude a comprender que lo que para nosotros es común para otros puede ser exótico.
  • “No están de moda los paraguas”. Y es que no nos engañemos, hay objetos de uso cotidiano que han existido de hace tiempo y se usan según las tendencias. Dan fe de esto calentadores, riñoneras, etcétera etcétera.
  • “A veces con ponerse la capucha basta”. Vale, esta respuesta es muy mía. No sé porqué pero a veces con que no se me moje la cabeza me doy por satisfecho.
  • “Es solamente agua, como con la que tú te duchas”. Una verdad como un templo, aunque ahora alguien me diga que técnicamente el agua del grifo tiene mayores índices de cloro y/o flúor.
  • “No hay que temerle al agua, de hecho somos agua al 60%”. Vale, esto lo digo simplemente a raíz de mi entrada de ayer. Puse 80% y me comentaron que la cifra era errónea.
  • “Hay gente que disfruta con la lluvia”. Esta es mi preferida, y es que con la que está cayendo (¡qué agudo estoy!) valorar las pequeñas cosas y disfrutar con todo lo que nos venga no es mala receta.


¿Y tú, qué respuesta le hubieras dado al chiquitín?

miércoles, 15 de enero de 2014

Agua

Todos, tendemos a olvidar cómo pensábamos con 13 años. Incluso quien aún actúa como si estuviera en plena edad del pavo probablemente haya olvidado la forma de ver el mundo que tenía con tan nombrada edad. Personalmente, creo que si pudiera volver al pasado debería darme un par de bofetones, aunque sé que candidatas y candidatos no faltarían en esta o aquella época.

Hacer limpia es algo que aunque no me gusta nada, me inspira. Les pongo en situación, el otro día mientras revisaba viejos recuerdos, recordé (para eso están los recuerdos) una vieja redacción en la que tenía que hablar sobre el agua. Tenía 13 años, y para mí el agua quizás no fuera más que eso que sale del grifo cada vez que uno quiere. Puede que también en mi cabeza rondara el dato que dice que somos agua al 80%. El caso es que en mi cabeza no cabía que aún viviendo en una isla, rodeado de mar, mi padre me dijera que el agua era (y es) un bien escaso.

Después llegó la Expo de Zaragoza, dedicada al agua y fui comprendiendo poco a poco la importancia del agua.

Y de repente, no sé bien cuándo, caí en la cuenta de que la importancia del agua era tanta que traspasaba la literalidad para establecerse en más de las expresiones de las que a priori pensamos.

Hay gente a la que le falta un agua y están como una regadera.

También hay gente que va a la deriva, hundida. Muchos de ellos, cual náufrago buscan forma de ahogar sus penas.

Otros no hacen más que aguar las fiestas, allá donde van mientras ven como los demás esperan como agua de mayo que cambien su actitud.

A las personas también se nos puede regar, no con agua, sino con cariño. De hecho, me atrevería a decir que el cariño y el afecto, en muchas ocasiones puede llegar a ser casi tan importante como el agua para sobrevivir. Además, hay que saber darlo en la cantidad apropiada, para así ni secar ni pudrir a quien queremos.


Y sí, tras más de una década ratifico que el agua es más que dos partículas de Hidrógeno con una de Oxígeno.

Esta entrada va dedicada a quienes me riegan, a quienes no me regaron, y sobretodo a quienes aún necesitando mi cariño no regué demasiado por estarme dedicando a regar cactus que no me necesitaban. A todas esas grandes ramas sequitas les mando un poco de agüita.








(No, la canción de los chicos de OT no contribuyó a mi comprensión de la importancia del agua)