¿Cómo estás?
No, no es un “¿qué tal?” de ascensor, de esos retóricos, que se hacen por cumplir y que en el 90% de los casos no hallan respuesta. Es un “¿cómo estás?” en toda regla, de esos que te cogen descolocado y te invitan a pensar la respuesta para luego desnudarte.
A estas alturas, no debe sorprenderte mucho que te escriba, llevo ya varios años haciéndolo en días como hoy, vale que quizás has cambiado de nombre, de sexo o de edad, pero mi intención sigue siendo la misma. De hecho, sigo sin saber por qué espero un año para esto.
No obstante, esta vez es diferente, no es solo que me haya entrado la melancolía y te haya tenido que hablar, es que mire donde miren me hablan de “distanciamiento social” y pienso si no estábamos lo suficientemente distanciados ya, acumulando promesas de cafés, cervezas, vinos, copas, paseos, conversaciones, viajes, abrazos, consejos, ... sí, la vida en sí misma ya estaba pendiente antes.
No voy a preguntarte si recuerdas grandes momentos, sino si ya olvidaste los más cotidianos: las esperas bajo mi portal, o mis dedos activando el timbre de tu casa, la fortuna de los pasos dados juntos, fueran los que fueran. Ya sabes que aunque tendamos a olvidarlo, lo bueno no está en lo extraordinario, sino en ser feliz con la rutina construida.
Algunos de los de antes ya no están, y otros hemos cambiado y aunque siga sin quererme lo que debiera cada vez le tengo más aprecio a la vida, y eso compensa. Al fin y al cabo, sigue vigente eso de que es mejor calidad que cantidad, y antes que quererse mucho, hay que quererse bien.
Admito que eché en falta tu aliento en los momentos de desánimo, tu hombro en las derrotas y tu copa en los brindis. Y aunque viva en mí la certeza de que estás bien, me apena pensar que no has acudido a mí en los momentos malos, el pacto que sellamos sigue vigente y puedes seguir contando conmigo.
Por mi parte, tengo descubrimientos que compartir contigo, como que se puede llorar con un te quiero o que te vi mientras sonaba nuestra canción.
Bueno, ya me voy despidiendo, espero que en estas fechas tan propicias a ordenar armarios, mis palabras hayan desordenado un poco tu conciencia. Espero esto sea un hasta pronto, aunque como ya te conté, temo que no haya carnaval donde te vuelva a ver.
Aunque sé que no me contestarás, porque te conozco y no cedes tan fácilmente, sigo deseando que te hayas sentido aludido y me busques. ¿Por qué nunca me llamas? ¿por qué no te llamo nunca? ¿acaso no hemos descubierto ya que empatía debería ganar siempre a ego?.
Sigue con tus sueños, el mío ya lo sabes...
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