¿Qué pasaría si los objetos hablaran? No, no escribo en estado de embriaguez, ni nada parecido, es más confío en no ser el único que se ha hecho alguna vez esta pregunta, de hecho estoy convencido de que no soy el primero, ni mucho menos el último en hacerlo.
¿A qué cosas deberíamos darle la oportunidad de expresarse? Los más “atrevidos” dirán que a la alcachofa de la ducha de alguna top model, los más egocéntricos optarían por darle voz a los espejos, como en Blancanieves, y los enamorados probablemente desearían poder escuchar al colchón de la cama de sus pretendidas o pretendidos para poder escuchar como nos cuenta todo lujo de detalles.
Pero de momento hasta donde yo sé los objetos no hablan, salvo en películas de ciencia ficción. Así cabe formularse la pregunta de otra forma ¿qué pasaría si la cosa menos pensada escondiera una cámara de vídeo?
La naturalidad desaparecería, mediríamos nuestras palabras, crecería la desconfianza…
Así que lo ideal sería encontrarnos con cámaras escondidas que grabaran vídeos que pudieran ser vistos con el paso del tiempo a fin de recordar.
Dicho esto, paso a presentar mi propuesta para la implantación de este estudio sociológico.
Tenía diecisiete años cuando coincidí por primera vez con él, al volante iba el primero de mis amigos en sacarse el carnet, sonaba El Canto del Loco de fondo y se abría ante nosotros todo un mundo de posibilidades. Las ganas por fardar pasando delante del instituto eran inevitables, así como el imaginarse un mundo más cómodo.
Lo que nadie imaginó es que todas nuestras expectativas se quedarían cortas. Ya había lugar para llevar la compra antes de una fiesta, ya había excusa para no bajar en guagua al Estadio o forma de afrontar las horas libres…
Hasta aquí nada nuevo, nada que no se haga en un coche cualquiera, pero me atrevo a asegurar que con la llegada del verano se empezó a forjar “la leyenda del Fiesta”
La playa nos llamaba, seis personas en bañador esperábamos nuestro momento para afrontar las curvas de Playa Chica, ante grandes problemas, grandes remedios dicen, y el remedio era tirar de maletero, ¡qué tiempos! Al igual que en las mejores discotecas, en sus escasos metros cuadrados se podía escuchar varios tipos de música, en el maletero la “música” provenía de algún teléfono móvil y en el resto del coche sonaba de todo, viejos clásicos al fin y al cabo, si una canción no ha sonado alguna vez en ese coche, es porque no está a la altura y no merece la calificación de “temazo”.
Temas de Carlos Vives, Aqua, Patricia Manterola, Camela y demás intentos de canción del verano fueron dando paso a Nach, mientras otros grupos como Amaral jamás desaparecieron, y como no, El Canto del Loco siempre presente.
El caso es que no conozco un coche que tenga más predisposición, puede que no sea la potencia su fuerte, quizás la comodidad tampoco, pudo no recibir el premio al coche más bonito del mundo, la acústica de sus altavoces puede no ser la mejor, pero puedo asegurar que el buen rollo que transmite y los buenos momentos que genera no son normales, de hecho he intentado hacer memoria, y no recuerdo lágrimas en su interior, lo más parecido que se me ocurre es algún lamento por tener las lentillas caducadas.
Sin embargo su apogeo llegó a principios de octubre de hace un tiempo, camino de La Gomera, creo que hay cosas que es mejor guardarse, pero aún así voy a hacer un breve resumen de la travesía, para no intrigar a nadie, y es que tras una hora de autopista escuchando a duras penas el partido del Tete nos comentan unos “puntales” que deberíamos poner la rueda de repuesto, la rueda estaba en el suelo y era probable que no subiéramos al barco, no hubo tiempo y nos la tuvimos que jugar. El alarmismo de “los colegas” no era para tanto, y todo se solucionó con un poco de aire en una gasolinera. Un paseo de un par de vueltas por la capital concluyó con un sitio a priori ideal para dormir. Y sí, optamos por dormir dentro, tres personas, en calzoncillos, en un calle medianamente céntrica, el Barcelona goleando al Atleti, la batería del coche muriendo, un jipi que nos ayuda y nos roba, la búsqueda de una grúa, un concierto y una vuelta a casa sin música y mucho sueño, acompasada con algún ronquido de fondo y alguna conversación vacía para no acabar dormidos conformaron esta peculiar aventura.
Y siguió pasando el tiempo, por su volante pasó todo aquel con carnet, hasta tal punto que su propio dueño fue relegado al asiento trasero, y últimamente se le ha visto hasta en otros coches.
Nos da igual la incomodidad o que haya que ir a una velocidad prudente porque a partir de los 100km/h el coche tiemble, básicamente porque las prisas y las incomodidades no existen cuando uno está en buena compañía.
El caso es que tras escribir esto acabo de darme cuenta de que todo lo que dije al principio de la cámara no va a ser buena opción, ¿por qué? Pues porque los buenos momentos nunca son olvidados.
¡Larga vida a la Perla Blanca!
PD: Puede que esta entrada no venga a cuenta, pero el coche del que escribo forma a su manera parte de mi vida y como tal merece que le dedique unas líneas.
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