martes, 12 de julio de 2011

Cajón desastre de sastre

¿Qué tres cosas te llevarías a una isla desierta?


Es esa una pregunta muy recurrente, de hecho, suele hacer aparición casi siempre en momentos ociosos, donde plantearse ese tipo de cosas es casi la única preocupación. Habrá respuestas de todos los tipos a la cuestión, de hecho por cada persona habrá una respuesta que le delatará y dejará ver su grado de originalidad y el estado de su espíritu de superviviencia: mecheros, navajas, mantas, libros, play stations y su correspondiente generador de electricidad, neveras infinitas con cervezas…


A raíz de esto, y como variante de la pregunta anterior, o quizás sin relación alguna, de vez en cuando suelo preguntarme qué cosas trataría de salvar si se incendiara mi casa (toco madera para que esta no arda) (lo siento, tenía que hacer este juego de palabras).Nunca he encontrado una respuesta clara, es más en función de cómo ande mi estado anímico se me van ocurriendo varias cosas, a veces pienso que cogería los álbumes de fotos, así siempre quedara algún recuerdo al que echarle un ojo de vez en cuando, otras veces pienso en papeles como el libro de familia, cartillas de ahorro... Pero dado que ya casi todo está informatizado suelo cambiar de opinión y por eso se me ocurre que salvar los ordenadores y demás material tecnológico será la solución correcta, y rara vez logro pensar en algo mejor.


El caso es que cuando llega el momento de hacer mudanza o hacer/deshacer una maleta suelo caer en la multitud de cosas que uno piensa que va a necesitar, y al final acaban estancadas, y como al contrario cosas que uno cree que no utilizará mucho al final son usadas mucho más de lo que uno pensaba al final. Es cierto tal y como predican tanto grandes oradores como ciudadanos de a pie nos aferramos a lo material, pensamos que todo nos va a hacer falta, acumulamos más de la cuenta y nos pueden las ansias, queriendo tener más y olvidándonos que en el cementerio tantos artilugios nos servirán para más bien poco. La teoría me la sé pero todavía no entiendo la razón por la cual acumulo toallitas de Binter, creyendo que tarde o temprano me harán falta, y no, son carne de bolsillo.


Por otra parte, y es aquí a donde quería llegar, este año he echado de menos muchas cosas, es evidente, y negarlo sería una mentira muy grande, pero tras meditar un poco y queriendo clasificar mis carencias creo que lo que más he podido extrañar con toda sinceridad son los abrazos, de hecho, de haberlo sabido me hubiera traído una cajita con ellos y los hubiera dosificado para usarlos en momentos puntuales. Mentiría si tratara de negar que echo de menos algunos abrazos más que otros. Es más creo que algún día debería profundizar en los abrazos, en sus modalidades, en su duración, su grado de sinceridad, su fuerza, su capacidad de sorpresa pero sobretodo en sus prolegómenos, en ese momento en el que las personas que se reencuentran deciden que es momento para sellar el momento con un abrazo.

Y todo esto me ha demostrado una vez más que prefiero aprender por error y por mi cuenta que esperar a que personas disfrazadas de filósofo intenten enseñarme a base de refranes y frases de sobre de azúcar. Lo siento, soy así de cabezón.


En definitiva, veo que me he vuelto un romántico, o mejor dicho, se me ha acentuado tanto mi romanticismo que está llegando a un punto nada positivo. Debo cambiar.

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