Agoniza este 2011, año que me he permitido bautizar como el año del cambio. Probablemente, todos los años a estas alturas, creyéndome original el título honorífico de “año del cambio” pasará por mi cabeza, negar los cambios es pecar de iluso, pero más de iluso todavía es creer que todos los años el nivel de cambios es el mismo. Pasan ahora por mi cabeza muchas personas, y todas ellas, quien más o quien menos han sufrido cambios, respeto su intimidad, y por ello no voy a publicar ningún dato, me conformo con que cuando alguien lea esto se diga para sí mismo eso de “pues es verdad”.
Hemos tenido que votar en dos ocasiones, quizás con menos ilusión que otras veces, sin ganas, sin esperanzas y sin la fe de que introduciendo un papel en una urna todo iría a mejor. Y si los medios han recurrido al tópico de “fiesta de la democracia” para estos días debo decir que ha sido como ir a una fiesta sin tener ganas, solamente para saludar, buscando la mínima excusa para volver a casa. No voy a entrar a valorar qué parte de culpa tiene el movimiento del 15-M de esta desilusión, o si tan siquiera tiene algo de culpa. Y es que este año que termina ha sido el de levantarse e imaginar otro mundo posible, las formas habrá quien las discuta, pero el hecho de que todavía haya gente con la capacidad de imaginar es de celebrar.
Detrás de este movimiento se esconde también la onda expansiva del “boom” de las redes sociales, redes que ya no solo utilizamos los ciudadanos de a pie carentes de poderes, sino también los periodistas y redactores de los medios de comunicación, que invadidos quizás por la pereza, han encontrado una forma más rápida para buscar noticias. De hecho, ya no sé cómo era un telediario sin noticas procedentes de Twitter o Facebook.
Noticias más dramáticas, más importantes, y más olvidadas todavía han ocurrido este año, Egipto y sus revueltas, terremotos en Japón y Lorca, crisis nucleares en Fukushima… Partidos de fútbol benéficos, conciertos y demás formas de recaudar aparecieron, pero, ¿y luego? Supongo que será ley de vida, al igual que pasa cuando muere alguien, durante días se ensalza su vida y obra y luego caen al olvido, Amy Winehouse, Steve Jobs o Severiano Ballesteros son claro ejemplo de ello. Por el contrario, tenemos a Bin Laden o Gadafi de quienes no he oído tantos piropos.
A caballo entre el balance personal y el genérico me veo obligado a hacer una reseña a la isla de El Hierro, casualmente este año ha sido el único de mi vida en el que no he estado un par de días por allí, y sin embargo ha sido el año que más veces ha sido nombrado en medios de comunicación nacionales. Por consiguiente, ha sido el año que más mentiras he escuchado sobre la isla, y una vez el daño ha sido hecho, nadie ha pedido perdón, nadie se acuerda, y quien tanto dramatismo puso ni se ha parado a pensar en el ridículo que ha hecho.
Dicho esto, del 2011 me llevo una licenciatura, una vuelta a casa, haber conocido gente curiosa, y sobre todo muchos aprendizajes que todavía tengo que asimilar, y espero no olvidar con facilidad. Es este un resumen demasiado escueto, y hay dos motivos para ello, el primero es que lo de poner las cosas en orden y ver en qué dirección quiero avanzar lo he dejado para 2012 y el segundo motivo es que con el paso del tiempo los años se me hacen más fugaces y me cuesta más recordar acontecimientos importantes.
Y es que al final, todo es efímero, al igual que la señal de 110 que tan poco duró, un fuerte abrazo a todos, y mis mejores deseos para cada uno de los 366 días que están por venir.
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