Siempre me gustaron los aeropuertos y quise escribir sobre
ellos. Son lugares llenos de ilusión aunque en los últimos tiempos viajar se
haya llenado de pequeños trámites que complican el viaje: pesado de maletas,
estrictos controles, certificados de residencia… Hasta hace unos años, cada vez
que llegué a un aeropuerto había algún beso y/o abrazo esperándome, luego tuve
que afrontar las puertas de llegadas simulando prisas y afrontando la parada de
taxis, guaguas o metro.
Vi gente con flores, perros, pancartas. Vi risas,
solicitudes de ayuda para arrastrar el carro, gente cargada de souvenirs, vi
emoción al fin y al cabo, y solo así pude entender el inicio de la película
Love Actually, donde una voz en off decía lo siguiente:
“Cuando la situación mundial me deprime pienso en la entrada al
aeropuerto de Heathrow. Dicen que vivimos en un mundo de odio y egoísmo pero yo
no lo veo así. Yo creo que el amor nos rodea. Puede que no siempre sea algo
digno de las noticias. Pero siempre está. Entre padres e hijos, madres e hijas,
maridos y mujeres novios, novias, viejas amistades. Dudo que ninguna de las
llamadas desde los aviones de las Torres Gemelas fuera de odio o de venganza.
Fueron mensajes de amor. Si lo buscáis, os daréis cuenta de que el amor
efectivamente nos rodea”
Alguna vez llegué a decir que pocos lugares generan tanta
ilusión como los aeropuertos, de hecho, me atrevería a decir que en este
peculiar ranking solamente los estadios
y recintos deportivos en general provocan una sensación así. Quizás sea por la
predisposición con la que uno va, aunque para pagar una hora de parking haya
que tirar de ahorros, aunque en la pantalla aparezca una alerta que advierta
del retraso. Quien viaja afronta también un gran estado de ilusión, tal vez no
haya dormido pensando en el reencuentro que le espera, del viaje de amigos,
lunas de miel, no importa las veces que se viaje, ni el motivo, en mi caso
siempre me sentiré especial al pasear mi trolley camino del mostrador de
facturación.
En mi última visita a un aeropuerto me encontré con un
argentino de dos metros siete centímetros que
despide a su pareja, no más alta que yo. Se derrumban, y entre besos y
abrazo comienzan a salir lágrimas. No puedo parar de mirarles, y siento como si
estuvieran inspirando esta entrada, cuando lo que realmente hacen es empujarme
a hacerlo. No escucho bien qué se dicen, pero no lo necesito, muy probablemente
se estarán diciendo eso de “nos vemos pronto”,
los dos sabrán que todavía queda para ese momento, pero el tiempo es
efímero, y pronto se verán, porque si se quiere, solamente ellos podrán hacer
que una eternidad se convierta en “pronto”.
Y hasta en un momento así, con lágrimas y miradas a través
de un cristal hay ilusión, ilusión por volver a verse. ¿No es eso mágico?
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