Dicta la tradición que todos los 31 de diciembre dedico unos minutos y unas líneas a repasar el año que concluye. Lo hago básicamente porque disfruto haciendo el ejercicio de recordar acontecimientos y también para poder seguir avanzando, como si en mi cabeza estuviera Karina repitiéndome eso de: ‘volver la vista atrás es bueno a veces, mirar hacia adelante es vivir sin temor’.
Y
vuelvo la vista atrás exactamente 365 días y recuerdo como hace un año una
fuerte gripe se adueñaba de mí. Tan fuerte fue su efecto que no pude celebrar
la entrada en 2017 como me hubiera gustado, fíjense que ni ropa interior roja
vestí para dar la bienvenida al año que hoy termina.
Como
homenaje a quienes me quieren y/o me leen por aquí, en verano de 2016 había
encendido dos velas en la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre pero mi cabeza no recordó compartir con
ustedes la imagen que así lo constataba y desearles que la luz no dejara de acompañarles.
Pese
a no llevar calzoncillos rojos y pese a no compartir las instantáneas, me
aventuro a decir que creo que fue un buen año, y aunque no soy tan simple como
para clasificar un año en función de los éxitos deportivos de mi equipo, creo
que la siguiente imagen representa bien lo que ha sido este 2017 ya moribundo y
lo que pido para este todavía misterioso 2018.
Pasión y
vergüenza veo en esta foto al igual que en el año, aunque como siempre, todo
depende del cristal con el que se mire.
Veo y
deseo pasión, pero de la buena, no como la que ha hecho que Cataluña haya sido
la palabra más repetida de los últimos tiempos, ya sea por la absurda supuesta pasión de
aquellos terroristas que sembraron el caos en Barcelona y Cambrils o por la
obsesa pasión por poner fronteras en un mundo cada vez más global, convirtiendo
una tierra plural en un lugar dicotómico, o conmigo o contra mí. Para 2018 pido
que Cataluña retome el brillo y la magia que muchos de nosotros le conocimos en
su momento.
Estos falsos
apasionados terroristas, también atentaron en Manchester o Turquía, creando
nuevos héroes como Ignacio Echevarría quien con su monopatín intentó salvar
vidas en Londres.
La pasión
buena de la que hablo es la que mostraron muchos de quienes nos abandonaron este
año, pasión como la de Chiquito de la Calzada por hacernos reír o Ángel Nieto
por el motociclismo. Pasión como la de Carme Chacón por sus ideas, o la de
Pablo Ráez, el malagueño que consiguió con su pasión por la vida (qué pasión
tan simple, y a la vez tan compleja) que aumentaran las donaciones de médula. Pasión
por la música como la de Chester Bennington, vocalista de Linkin Park a quien
la vida le pudo. Igual suerte corrió Miguel Blesa, aunque su caso se acerca más
a la palabra vergüenza que comentaré más adelante. Mejor quedarse con la pasión
de Bimba Bosé y David Delfín.
Entre la
(poca) vergüenza y la pasión también se movía Hugh Hefner, el creador de
Playboy fallecido recientemente.
Pasión
no son el casi medio centenar de víctimas fallecidas en el último año por culpa
de la violencia de género, eso es una auténtica vergüenza. Como la que no mostraron los integrantes de “la
manada”durante el juicio que tuvo lugar este año.
Vergüenza es, o al menos debería serlo, ver a un
Presidente del Gobierno declarando como testigo ante un juez o el bochornoso
error en la entrega de los Oscar.
Vergüenza tuvo que sentir Susana Díaz al verse superada
por Pedro Sánchez o algún norteamericano al ver las múltiples salidas de tono
de su presidente.
2017 nos ha traído también la resolución de la peor forma
posible de algunos casos como el de Diana Quer o Víctor Teni, una asesinada y
otro por culpa de una caída. Para sus familiares y para los de quienes se
encuentran en igual situación van mis mejores deseos.
En las islas, este 2017 también hemos tenido momentos
vergonzosos que afortunadamente no quedaron en anécdotas como el choque de
aquel barco de la Naviera Armas con un dique en Gran Canaria o la caída del
techo de una discoteca en Arona. Mención aparte merecen las microalgas que tiñieron nuestras costas de un extraño color.
También ardieron parte de los montes de Gran
Canaria, y en la montaña, pero en este caso de Tenerife, la atleta Gema Hassen- Bey, con su pasión logra emocionarme y rayar mis ojos a casi 3000 metros de altitud.
En lo personal, este año de Bajada de Virgen en El Hierro, he podido llegar a lugares en
los que no había estado y cumplir metas que a priori parecían imposibles. Fue
el año de reencontrarme (con personas, con lugares o conmigo mismo) y aprender
que muchas veces querer es poder.
Concluye este año, el año del "Despacito" y como ya adelanté antes, espero que
el 2018 venga cargado de pasión (de la buena).
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Por mi parte, intentaré pasarme más por aquí. Mis mejores deseos para todos ustedes.
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