martes, 31 de diciembre de 2019

Volver a los 20


Suelo comenzar mi entrada - resumen del año mirando hacia atrás y nunca hacia delante, y este año he decidido hacer una mezcla. Y es que en unas horas volveremos a los locos años 20, mientras casualmente hace unos meses abandonaba mi veintena.

Y creo que volver a los 20 no nos vendrá mal, recuperar la oportunidad de forjar una personalidad, de descubrir y descubrirse, de aprender a detectar los ventiladores de mierda que lamentablemente siguen girando, cada vez con mayor número de revoluciones por minuto. Volver a los 20 es vivir frenéticamente mientras se adquieren responsabilidades, brindar mientras uno se siente afortunado y también aprender a decir adiós en lugar de hasta luego.

Volver a los 20 es buscar un lugar e ir hacia él, timoneando porque rara vez hay un rumbo estable. Es también afrontar con seriedad algunos temas mientras evitamos dejar morir el niño que habita en alguna parte de nosotros.

Escribía hace unos párrafos que los 20 suponen aprender a decir adiós, y eso hago con este 2019 que en líneas generales ha sido muy bueno, en él me he sentido afortunado aproximadamente 8,7millones de veces mientras descubría que tampoco es tanto lo que necesito para ser feliz. He tomado decisiones, porque los 20 me han enseñado a aprender a elegir sin miedo a equivocarme, asumiendo que elegir también es rechazar.

Y todo eso, mientras los montes de Gran Canaria o El Amazonas ardían al igual que Notre Dame. Mientras nos dirigíamos 3 veces a las urnas (o en su defecto a las oficinas de Correos), mientras los medios hablaban de sentencias y exhumaciones. Las calles fueron tomadas en gran parte del globo, mientras una tal Greta intentaba ponernos de acuerdo a todos. Y no lo consiguió. Igual que tampoco se consiguió rescatar al pequeño Julen de aquel pozo en Totalán.

Nos abandonaron personajes como Arturo Fernández, Blanca Fernández Ochoa, Eduard Punset, Rubalcaba o José Antonio Reyes.

En definitiva, parafraseando a Karina ‘mirar la vista atrás es bueno a veces, mirar hacia delante es vivir temor’, y ese es mi deseo para estos años 20, que volvamos a lo bueno de los 20 y podamos vivir, vivir mucho y sin miedo.

Te deseo un feliz 2020 lleno de mucha vida.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Mi libro

Hoy escribo la página 10.963 de este libro cada vez menos nuevo. 360 capítulos, 30 vueltas al sol.

Este libro tiene tanto páginas casi intactas como arrancadas. A algunas vuelvo casi a diario para releerlas y como nunca fui de subrayar, me encuentro con muchas esquinas dobladas por si me olvido por dónde voy. A veces usé de marcapaginas un ticket usado, una tarjeta de visita, una tarjeta de embarque o el resguardo de una quiniela. No sé si es un libro de viaje, un poemario, un libro de aventuras o un cómic, aunque solamente contiene algún dibujo tímido, y muy a mi pesar ninguna partitura.

Como prólogo, este libro tiene dos padres felices que me invitan a dejar de prólogo una generación también feliz, aunque a veces dude de si llegará o no.

Este libro a veces habla de penas, de alegrías o de amor. Y no olvida viejos amores, como aquel con el que intercambiaba libros, pero de los de mentira, quien me esperaba a diario en el rellano de casa, quien me dejó sin dormir un puñado de noches o quien contó los días para desquitarse y abrazarme. Solo espero que en el improbable caso de que hoy lean esto, sepan que su tinta todavía no se ha borrado de mis páginas.
Esos capítulos fueron escritos en aviones, guaguas, en hoteles, mientras te esperaba en tu portal, en el sillón de su casa, o en la sombra que dejaba el taxi donde marchó, en las despedidas en aeropuertos y también en cada salto que dimos en aquel concierto, se escribió una parte en la estrella fugaz que no cumplió lo que le pedimos, o al menos en la forma esperada y en las noches de carnavales buscando el big bang de su abrazo. Se escribió también en aquellos momentos en los que se escapa la vida: semáforos, ascensores, salas de espera...

Este libro no tiene consejos, porque los vendí todos, pero esconde certezas y dudas, al fin y al cabo dudar es mi verbo. También se esconden promesas que no se van a cumplir, como las que firmé hace unos años en un lejano banco.

La portada amarillea a veces y otros días brilla, según cómo me sienta. Sí, lleva mi nombre, como las maletas que tantas veces hice, aunque todavía quede un viaje de regreso. Pero en honor a la verdad, realmente ha sido escrito por quienes me acompañaron, aunque sólo fuera un ratito, un paseo en guagua donde cada uno tenía su parada. Y pese a todo, resiste, a la arena negra, la tierra del patio, el agua de la playa, el jugo derramado en la mochila, a las arrugas por malas compañías que aprietan, pensándolo bien, son muchas las inclemencias ha pasado ya. Y sí, también cayó alguna lágrima sobre mis páginas. Algunas de tristeza, otras con un “te quiero”. 

Hay fragmentos que hablan de inocencia, pero no siempre fueron escritos desde un pupitre en tercera fila. Algunos capítulos tienen candado, como quien se cambia de ropa a escondidas, como quien se tapa la cara en medio de un orgasmo, como quien pide perdón por tener hipo. Este libro se ha escrito sobre líneas torcidas, con mejor y peor pulso, con algún tachón y falta de ortografía. Con tintas de mil colores, lo normal cuando se escribe a La Luz de la luna, sin luz o borracho, a lápiz, a bolígrafo, con un Nokia o con un iPhone.

Este libro tiene un índice desorganizado, que roza el límite entre lo frenético y lo caótico, exitos y fracasos se mezclan, como en el concierto de aquel cantante que todavía no tiene para llenar un espectáculo de dos horas. Y es que para empezar, no todas las páginas van numeradas. Tiene incongruencias, algunas voluntarias, otras fruto de los cambios de normas. Pero seguiré abriendo puertas, dejando pasar o deseándole salud a quien estornude, aunque tal vez no la merezca. 

En los agradecimientos, la letra va en pequeño, no porque nadie merezca ir en grande, sino para que quepan todos. Si es que nunca fui de sintetizar, con lo sencillo que sería poner un “dedicado a ti”.

Pasar página no siempre fue sencillo, y es por eso que este libro ha sido escrito con la fortaleza de quien cree que reconocerse débil ya es un paso. 

Mi libro no esconde el ratio correcto, de palabras-hechos, pero es mi libro y seguiré haciendo lo posible por seguir escribiéndolo. Si quieres, te invito a seguir escribiéndola, a leerla, pero no trates de entenderla, y ahórrate los “no pensé que fueras así”, porque no sé si duelen o calman.


sábado, 12 de octubre de 2019

Mi país

Hoy, que todos hablan de banderas y de nación, de modelos de país, de rupturas y conquistas, no se me ocurre otra cosa que escribir de mi país favorito, el país más rico del mundo.

Mi país es una isla, pero no es la que crees. Mide 150x190 cms, 28.500 centímetros cuadrados, sin contar los de su piel, que no me he atrevido a contar.

Es rico porque tiene todo lo necesario para vivir: dos almohadas, una bajera, una sábana y una colcha. Aquí, soñar supone el 70% del Producto Interior Bruto.

Lo rodea un reguero de ropa desperdigada, menos tóxico que los micro plásticos, menos molesto que las algas. Al fin y al cabo, nadie dobló su ropa cuando la pasión le llamó. Cuando amanece, la luz entra entre las rendijas de la persiana, formando 18 franjas. Vale, me lo acabo de inventar, aquí no hay lugar para el aburrimiento como para ponerse a contar. 

Sin embargo, lo que hace inolvidable los amaneceres aquí, es que todos los días comienzan con un “buenos días”, que es lo mínimo que toda persona merece recibir a diario.

En lo político poco puedo decir, hemos aprendido a vivir en la inestabilidad buena, a veces hay reina, a veces, simplemente no hay reglas. Aquí, los cargos de confianza tienen forma de almohada. Pero es un país feliz, basta con ver que en países vecinos se entretienen dando martillazos las mañanas de los sábados, si no es pasando la aspiradora o moviendo muebles.

Mi país existe, yo lo he visto, yo creo en él.

domingo, 29 de septiembre de 2019

El miedo que escondes

A veces hago cosas que no tienen explicación alguna (quizás sea más que a veces, cierto). El problema no es hacerlo, sino repetirlo.

No es la primera vez que de regreso a casa tras ingerir alguna copa me paro en algún kiosco a comprar el periódico, no sé si es mi manera de sentirme menos mal, de confundir a los transeúntes que se encuentran con alguien despeinado, con camisa, sello de discoteca y un periódico. No lo sé, quizás sea mi forma de volver al hogar.

Y eso hice ayer, con el mediodía amenazando me dio por comprar el periódico y terminar el regreso a casa hojeándolo, empezando siempre por el final, lo siento pero es algo que no creo que pueda cambiar a estas alturas de la película.

Y ahí estaba mi paisano Juan Cruz, cerrando las páginas de El País hablando del miedo (lo puedes leer aquí).

Lo he corroborado leyendo algunas notas en mi móvil y el miedo siempre me ha generado curiosidad, siempre ha sido fuente inspiración, quizás sea la palabra más incluida en estas cosas que escribo. Y siempre escribí considerando a los miedos como un lastre, como un freno, como el mayor de los males, aun consciente de que muchos de nuestros miedos son ficticios, un mero invento. Pero jamás me dio por pensar que el miedo podría ser un impulso, un mecanismo que nos invita a actuar, a descubrir nuestros talentos, a sacar lo mejor de nosotros.

Pero creo que más importante todavía es confirmar que tras muchos de nuestros comportamientos hay un miedo detrás justificándonos, y me aterra imaginar que mi gente esté teniendo miedo y yo sea incapaz de verlo. Creo que de esto ya escribiré más adelante.

Pensándolo ahora, quizás detrás de mi costumbre de comprar el periódico de vuelta a casa haya algún miedo, tendré que analizarlo.

sábado, 31 de agosto de 2019

Mis lugares

Si por algo me alegro del fin del verano es por el supuesto regreso del rigor a los medios de comunicación. Abres los diarios y en las entrevistas se limitan a preguntar por un color, una canción o un lugar. Entrevistas frescas he oído que las llaman algunos iluminados. Y yo, que nunca he sido de elegir comienzo a plantearme qué respondería yo a esas preguntas si algún día la fama me alcanzase y a alguien le interesara algo así.

Hablemos de lugares, hay lugares que cambian, lugares que permanecen iguales ante el paso del tiempo o lugares que no queremos que cambien, y cambian. Hay lugares que nos esperan o lugares en los que hemos sido felices, a los que Sabina advertía que no hemos tratar de volver. Y quizás ese sea el motivo por el que hay lugares de los que no queremos irnos nunca.

La extensión de los lugares varía, porque hay lugares que ocupan 3 metros cuadrados, 500 hectáreas, un continente y lugares tan grandes que simplemente no ocupan. A estos últimos, puedes llamarlos recuerdos, imaginación, o como quieras, no todo ha de tener nombre.

Hay lugares por los que pasamos a diario ignorando el peligro que esconden. Puede que la esquina que siempre bordeas haya sido escenario del primer beso de alguna pareja, aunque no haya cartel que indique el riesgo de alto voltaje que allí se esconde.

No es el paisaje, no son las fotos que a diario acapare el espacio, ni tan siquiera es la ausencia de ruido, es simplemente la sensación que en nosotros dejaron. A muchos de mis lugares vuelvo con frecuencia y aunque todavía no lo he hecho, no descarto algún día poder acercarme a los niños escépticos que jueguen sobre el asfalto y decirles, '¿Ves este lugar? Pues aquí un día sucedió la magia'.

En definitiva, creo que no se trata de buscar nuestro lugar en el mundo como seudo-coachs nos hacen creer, sino de buscar qué huella queremos dejar en cada lugar.

miércoles, 31 de julio de 2019

Los veranos han cambiado

No sé cómo lo hago, pero cada vez pasan más rápido los veranos. Y escribo esto con nostalgia, más allá de esas noches de Grand Prix recién duchado, con arena en la ducha y agua en los oídos. Con asombro al verme reflejado en el espejo del baño con un moreno intenso. 

Mis veranos ya no saben a botellón en la calle ni a libros llenos de crema solar, a bañadores enjuagados o a nevera con refrescos.

Y sí, en algún momento escribí a los amores de verano, reconociendo que pese a ser amores de usar y tirar, eran amores al fin y al cabo. Y no, nunca tuve un amor de verano, mi forma de ser no me dejaría amar con otra fecha de caducidad que no sea la muerte. Aunque cada la eternidad me parezca más improbable.

La época estival no es más que una excusa para alargar los días y para proponer arreglar el mundo desde una terraza. El mundo no tiene arreglo, pero es momento de soñar que sí se puede.

El verano es época para olvidar, y no hablo solo del frío o el reloj en la guantera del coche. Es momento de desconectar, de no recordar ni cómo se coge un lápiz o de no saber ni qué día es.

Y así estoy yo, no por desconectar, sino por no saber qué día es y por estar una vez más buscando excusa por abandonar este blog. 

Te deseo que vivas tu verano a tu manera, con nostalgia o sin ella.

domingo, 30 de junio de 2019

Hace mucho mucho mucho

Viajo en Metro y oigo que un niño, de no más de 3 años le recuerda a su madre una historia de "hace mucho mucho mucho", y matiza que era de cuando él era pequeño, como si ahora estuviera preparado para sobrevivir en este mundo de gigantes. Vale, quizás lo esté.

No puedo evitar sonreír para mis adentros y pensar que su "hace mucho mucho mucho" seguro fue mi ayer.

Y me pongo a pensar, algo raro en mí, y me parece curioso que cuanta más edad tienes más cercano te parece todo y cuando más joven eres más lejano queda todo.

Siempre recuerdo como cuando yo tenía 15 años alguien me dijo eso de "si yo tuviera tu edad con lo que ahora sé,..." y para mis adentros pensé que era imposible que hubiera algo que yo no supiera. Y mírame ahora, casi duplicando edad, toda la vida estudiando y ahora sí que reconozco que nada sé. Sí, Descartes estaría orgulloso de mí.

El caso es que llego a mi parada y decido que quiero seguir viviendo. Pensar no debe ser tan bueno.

lunes, 27 de mayo de 2019

Lugares olvidados

Me preguntan por mi blog y respondo que lo tengo descuidado, tanto que le han salido telarañas, a la vez que me reconozco a mí mismo que hay cierta belleza en los lugares abandonados, o al menos en los poco transitados.

Hay telarañas, pero no se ven arañas cerca. ¡Qué más quisiera yo que hubiera vida en él! Porque el único resto de vida que hay son unas huellas de zapato del 41 y la marca de algo que parece un tacón. He sido afortunado y he mantenido alejadas a ratas y cucarachas, o al menos no hay heces de roedores ni negros cadáveres a la vista.

Hay polvo, mucho polvo, demasiado polvo, escondido y sin esconder. Tanto que da para escribir palabras, frases, tu nombre o según tu nivel de madurez alguna figura fálica.

Todavía llega la luz, lo hace colándose, pero llega. Y está bien que así sea, porque no hay sombra sin luz, y a veces parece que lo que no se ve, no es. Y de momento, este blog sigue siendo. Tampoco hay ruido, ni eco, aunque con suerte, los días de tiempo sur se oye al viento soplar. 

Junto a aquello que compré con intención de no usar nunca,hay ropa en cajas, alguna desnudez fortuita y miedos caricaturizados. Mas la ropa ya no me vale, no solo por cambio de tallaje, sino porque quizás ya no sea el que antaño fui. Quizás te valga como disfraz o como trapo y ese no sea su lugar. Porque también hay disfraces, esperando su momento, igual que una sombrilla de playa que respira aliviada porque pasó ya el invierno.

Con suerte, alguna etiqueta ayudará a encontrar eso que buscas, pero aun así, reina el desorden. Y gracias a eso, todavía quedan restos de eso que en su momento fue importante y ahora no es nada, restos que luchan por no ser vistos la próxima vez que toque hacer limpia como muestra de que definitivamente, no todo es para siempre.

Una bicicleta con las ruedas en el suelo, secretos y algo que no debiera estar, pero está, completan este paisaje.Hay cuadros sin firmar y palabras escritas que ya no volverán a ser leídas, condenadas al olvido hasta que como en Jumanji, la curiosidad de la adolescencia eviten su fin.

Hay recuerdos como razón de ser, y ahora estás tú. Perdona el desorden, pero tienes permiso para rebuscar.

sábado, 20 de abril de 2019

Otro 20 de abril...

No sé si fue el poeta, el cantante o el filósofo el que dijo que somos los libros leídos, los discos escuchados y los vinos bebidos (y si no lo dijo nadie, lo digo yo). Somos también el tiempo que compartimos con los demás. así que nos guste o no, todavía guardo un poco de ti en mí, y tú llevas contigo parte de mí.

Y no, no es necesario que intentes devolver lo que ahora es tuyo ni reclamar de vuelta lo que un día me diste. Sí podría contarte todo lo que tu pedacito y yo hemos vivido, de cómo gente me recordó a ti, de aquella gente buena que se cruzó en mi camino y dejó su pedazo en mí, y de aquellos no tan buenos que también dejaron su huella.

Tú cogiste tu camino, o yo el mío, pero que sepas que fue un placer compartir recorrido contigo. Y de veras te agradezco el ser tan diferente a mí, el tiempo me ha demostrado que la gente que te enriquece no es precisamente la que piensa igual que uno.

Creo que por encima de todo lo que mencioné al principio, somos todo aquello que soñamos. Y te doy las gracias, por aquellos planes que soñamos y nunca cumplimos, todavía queda el anhelo de poder cumplirlos, aunque el tiempo cada vez pase más rápido.

Y solo por eso, termino aquí mi cada vez menos extensa carta del 20 de abril.

¡Sigue paseando mi trocito que yo seguiré haciendo lo propio con el tuyo!





domingo, 31 de marzo de 2019

Lo estás haciendo bien

Bien, pero bien de adverbio.

Porque este es un texto para recordarte una sola cosa  que no quieren que sepas: “lo estás haciendo bien”.

No te voy a pedir que te lo repitas, ya lo hago yo por ti.

Porque sí, sabes bien que la perfección no existe y pese a ello te empeñas en encontrarla. No seas cruel con tu persona, porque lo estás haciendo bien.

Dicen y dicen, y vuelven a decir que intentes de otra forma lo que ya funciona. No hace falta alejarse de esa gente, simplemente no les hagas caso, porque lo estás haciendo bien.

Que nos han soltado en un mundo cada vez más loco sin manual de instrucciones no es nuevo. Y tú, has escrito el tuyo. Y eso está bien.

Puedes tener los ojos más bonitos jamás vistos, pero si eres incapaz de ver lo bien que lo estás haciendo, ya no serán útiles.



Lo estás haciendo bien, y ¿sabes qué? Mañana lo harás mejor.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Cuento de febrero

Ahora, que la Navidad queda lejana, que los niños ya no son protagonistas y las bufandas yacen en los armarios. Ahora que en las calles faltan luces y no hay tanta prisa por reunirnos y vernos. En definitiva, ahora que hemos dejado de creer en la magia traigo un pequeño cuento. Un cuento tan fantástico como real. Un cuento tan mío como tuyo.

El caso es que todos los días al salir de casa, sigilosos, me seguían. En el mejor de los casos, viajaban en mis bolsillos, oprimidos entre la cartera y las llaves. En otras ocasiones, se colaban entre los calcetines y hacían que los pies me pesaran más, o en mi abdomen, agarrados cual murciélagos de mi camisa y provocando un evidente cosquilleo que alguna vez confundí con mariposas. Pero sin lugar a dudas,  peor era cuando se subían a mi espalda y casi me impedían caminar recto.

Eran tantos, que alguna vez ocuparon todos los recovecos de mi cuerpo y era casi imposible salir a la calle.

Hasta que un día, con alevosía y mucho sigilo salí por la puerta sin ellos. Y no me fue nada mal. Por supuesto, al volver a casa me estaban esperando, con mirada triste y cara de no haber roto un plato.

Al día siguiente, volví a repetir estrategia, pero se habían organizado haciendo guardia para que no saliera de casa sin ellos. Así que no me quedó otra que sacudirme al salir. No fue fácil, pero lo conseguí. Más difícil fue descubrir al llegar a casa todos los destrozos que habían hecho durante mi ausencia.

Así pasaron los días, algunos más tranquilos que otros, hasta que un sábado por la noche, al abrir la puerta, descubrí que se habían ido. Se habían aburrido, y sin avisar, me habían abandonado.

Y debo decir que no los eché de menos. Sí descubrí tiempo después lo inteligente que eran cuando un día descubrí bajo mi cama, entre polvo y restos de galletas las alas que había dado por rotas. No me las habían roto, simplemente me las habían escondido.

jueves, 31 de enero de 2019

Romper

Hace unas semanas, me contaban que en la cultura japonesa la palabra “romper” tiene muchas connotaciones negativas, y que por ello, los nipones suelen preferir el uso de la palabra “abrir”.

Sinceramente, no he hecho el más mínimo esfuerzo por confirmar que eso sea cierto, en parte por pereza y también por miedo a que no fuera cierto y me quedara sin reflexión. No olvidemos eso de “no dejes que la verdad te estropee un buen titular”. 

Desde que oí la reflexión, supe que ahí había una entrada en potencia en este cada vez más abandonado blog. No supe ni cómo, ni cuándo, pero no podía (ni puedo) guardarme para mí solo tal reflexión.

De esta forma, los habitantes del país del sol naciente, me han hecho pensar que ciertamente es lo mismo romper prejuicios que abrir la mente, abrir la boca casi siempre es romper con el silencio y romper muros es abrirse a la libertad.

Porque sí, como casi todo en la vida, muchas cosas dependen del prisma con el que miremos, o de los matices con que nos lo cuentan. Así hay quien sufre con una ruptura amorosa, y quién ve una apertura al mundo, cuando el amor termina.

Pero ahí no terminó mi reflexión, porque seguí dándole vueltas al asunto (algo no tan rato en mí) y me puse a pensar si por consiguiente, cerrar se puede cambiar por arreglar. Y sí, a veces hay que cerrar la puerta, para que todo se arregle, cerrar la boca para que vuelva el silencio. Tal es la historia, que encerramos en cárceles a quien se ha portado mal, para que se recomponga, o él o la sociedad (y no siempre funciona).

Todo esto me recuerda a un simulacro de maestro que tuve que de vez en cuando me recordaba que todo "pero" se puede cambiar por un "y". 

Jamás le hice caso, así que con permiso de los japoneses, es muy probable que siga usando el verbo romper. Siempre me gustó romper con todo.