jueves, 31 de diciembre de 2020

El año en que...

En una de sus canciones, Andrés Suárez, uno de mis cantautores de cabecera, bautizó a este 2020 que afortunadamente termina como "el año en que no hubo verano ni fiestas de barrio". Y aunque es una descripción muy acertada, se me ocurren muchas otras que complementen esta descripción.

Porque este 2020 también ha sido el año de las mascarillas, del hidrogel, de la carrera por la vacuna, de los PCRs, ERTEs, de las clases de gimnasia en el salón, de los asintomáticos o de los besos y abrazos pendientes que pienso cumplir.  Porque prometo abrazar diferente, cerrando los ojos, y lo dejo hoy, 31 de diciembre por escrito.

Fue año en que descubrimos quién le había robado el mes de abril a Sabina, de los últimos carnavales en la vieja normalidad, el año en que El Grinch consiguió dejarnos sin Navidad, o tuvimos que pedir cita para ir a la playa, el año de cifras en el telediario por encima de nuestras posibilidades de digestión o el de aquellos días en que supimos que un beso por videollamada no es igual.

2020 será el año del confinamiento; de los aplausos a las 7, del “a ver si esta mierda termina pronto”, del miedo y los balconazis. El año del vacío, ya fuera en calles, oficinas, gradas, cabezas, corazones, cines o terrazas.

Fue el año bisiesto al que le sobraron muchos días, en el que llegamos a creer que saldríamos mejores y nos dijimos aquello tan repetido de "éramos felices y no lo sabíamos", en el que o endiosamos o machacamos al bueno de Fernando Simón o en el que acabamos con todas las existencias de papel higiénico.

2020 era el año redondo que no lo fue tanto, el año olímpico que tampoco lo fue, el momento en que corroboramos que siempre, la realidad podrá superar a la ficción. El año del "Resistiré" en los altavoces y el "Ya no puedo más" en boca de los hosteleros y multitud de empresarios. 


Este 2020 será el año de despedidas que quizás ya ni recordemos, de Michael Robinson a Pau Donés, de Aute, a David Gistau, pasando por Lucía Bosé o El Diego, sin olvidarnos jamás de todos los familiares que hoy, y siempre no volverán a estar físicamente en nuestras mesas.


Pandemia aparte, este año nos ha traído el desalojo de Trump de la Casa Blanca, del Black Lives Matter, de la aprobación de la eutanasia o del Rey emérito huido. Ha sido el año de la vergüenza en Arguineguín y el primero en muchos en que no tuvimos que ir a las urnas.

En lo personal, este 2020 termina con altas y sin bajas en mi familia, y lo celebro pero en mi cabeza no dejan de resonar las palabras de mi amigo Javi, que hace unos meses me dijo que deberían darnos el derecho a elegir si este año cuenta en nuestras vidas o no. Francamente, no sabría con qué quedarme, pero en ningún caso, dejaré de desearles lo mejor para este 2021 que en nada empieza.

¡A vivir!




lunes, 30 de noviembre de 2020

Paraguas

Llegados a este punto, hay algo que debo confesar: no creo en los paraguas.

No es que sea escéptico o que tenga mis dudas sobre su utilidad, simplemente ya no creo en ellos. 

Será que tuve la suerte de ver Venecia con lluvia, que en mi ciudad la lluvia hace brotar vida entre los adoquines y los tejados o que no pude darle mucho uso a mis botas de agua de Mickey durante mi juventud. Al fin y al cabo, ¿a quién no le ha intrigado nunca la lluvia?

Sí, sé que una herramienta a la que Rihanna dedicó una canción o que tiene un objeto específico para guardarlo, mientras esperan su oportunidad, pero ya no creo en ellos. Lo siento. 

Bajo él disfruté de grandes compañías y por ello no me importó perderme bellos paisajes, pero eso fue cuando creía en ellos.

No sé, a lo mejor es que que no crecí lo suficiente como para poder llevarlo con seguridad y firmeza, o que me he vuelto práctico y no me gusta cargar con nada, que es una responsabilidad tener que cuidar de un objeto más, no lo sé bien.

El caso es que ya no creo en los paraguas, por lo que puedo añadir un nuevo punto a esta entrada que hace ya unos cuantos años escribí a un niño que espero haya crecido feliz.


viernes, 23 de octubre de 2020

En mis 13

 A veces me gusta darle la vuelta a las cosas y tratar de buscar la forma de ver las cosas con ojos nuevos. En cambio otras, prefiero seguir conservando algunas tradiciones. Pero sin duda, lo mejor es cuando logro darle una vuelta a lo de siempre, conservando tradiciones. ¿Cómo era aquello de 'que todo cambie para que nada cambie?

Así que aquí estoy, dándole la vuelta a los 31 que hoy cumplo, para decir que estoy en mis 13, que sigo en mis trece.

Porque sí, pese a los años sigo en mis trece, paseándome por mi mundo interior, trancando las puertas a desconocidos. Sigo en mis trece, acumulando libros, soñando despierto y luchando por hacer que mis sueños dejen de serlo.

Sigo en mis trece creyendo que hay un mundo mejor esperándome, sin por ello dejar de valorar las cosas buenas de este. Sigo en mis trece en eso de querer a mi manera, aunque a veces mi querer no sea compatible con otros. 

Porque no me avergüenza reconocer que sigo en mis 13, con todo por hacer, amando y odiando al tiempo por ir tan rápido, cuando tiempo es todo lo que tenemos, todo lo que somos. Y seguiré en mis trece pensando así, llámame cabezón.

Sigo en mis 13, esperando poder seguir cumpliendo, poder seguir dándole vueltas a las cosas, mientras la Tierra da vueltas al sol.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Oxímoron

 La historia que hoy escribo es tan real que nunca sucedió. Tan breve que haría falta dos eternidades para contarla. Tan irrelevante en mi vida, que desde que sucedió, no he vuelto a ser el mismo. Esta historia es tan íntima que hoy te la cuento.

Nos conocimos una soleada y luminosa noche, yo andaba borracho sin haber bebido, algo que al día siguiente se traduciría en una de las mejores resacas que recuerdo. Su cuerpo yacía de pie en medio de aquel cielo infernal cuando clavó el mirar con acento de sus ojos verde arena en mí.

Reía triste, hasta que con una caricia sin manos me llamó para susurrarme a gritos el motivo de su alegre pena. Y a pesar de mi prisa calmada, decidí detenerme a escuchar su historia, parpadeando sin pestañear al enterarme que su gran drama era por haber descubierto que su vida estaba llena de oxímoron.

Pese a mi inexistente asombro, decidió salir de la cárcel de su libertad y desde su dicharachera timidez contarme cuántas veces había hecho el amor sin amor, los abrazos dados sin brazos o lo adictivo que le resultaba enamorarse del desamor. No dejó de nombrar las veces que había maltratado a quien le cuidaba y cómo quiso a quien no hizo por ofrecerle cuidados. Por resumir, me habló de amores que duelen y de cómo hay gente con miedo que no sabe huir del peligro.

Pese a mi esperada sorpresa, su cuerda locura hizo que siguiera contándome historias que yo jamás antes había imaginado en mi experimentada juventud. Mi cansancio despierto durmió cuando me ofreció brindar con un licor sin alcohol, algo que agradecí desagradecidamente porque tenía sed de sequía. Olvidé que a veces lo gratis tiene un alto precio.

Oí cómo el ruido de su silencio me dirigía piropos ofensivos mezclados con algún insulto alentador, pero impulsivamente decidí no responder a su inteligente tontería para no alterar la blanca oscuridad de su alma. Olvidé eso de que la mejor defensa es un buen ataque.

Cansado de la fiesta de la tristeza en la que me había visto envuelto, le ofrecí mi número para que me llamara cuando tuviera un mal buen día, con la certeza dudosa de que jamás llamaría, y me fui a disfrutar de mi multitudinaria soledad, dejando atrás su vestida desnudez. 

Mientras marchaba, la injusta venganza se tornó realidad y vi cómo lloró por amor. Nunca antes, un oxímoron tuvo tan poca belleza.





lunes, 31 de agosto de 2020

¿Otro verano?

 Sí, sé que últimamente solo me paso por aquí a lamentarme de los meses que se van. Y aunque técnicamente todavía quedan poco menos de 3 semanas de verano, los medios empiezan a decirnos que la etapa estival ha terminado.

Recuerdo haber escrito (y si no, haber pensado en hacer) sobre Amaral y su "no quedan días de verano", de los amores de verano y de la estación en sí misma. Pensé que ya lo había dicho sobre esta época en la que los calcetines se acortan y los días se alargan, pero no.

Porque comenzamos a despedirnos del verano antes de tiempo, porque en parte sabemos que este no ha sido otro verano más: ni ha habido verbenas, ni atascos ni colas en los puestos de helados. ¿Cuántos amores de verano habrán dejado de surgir? ¿Cuántas pandillas de verano se habrán quedado sin aforo para llegar a pandillas? ¿Cuántos porteros automáticos habrán dejado de sonar en búsqueda de compañía para jugar en las plazas?

Cierto es que para mí el verano dejó de ser verano cuando se dejó de emitir el Grand Prix o cuando las vacaciones dejaron de ser de 3 meses o cuando los telediarios dejaron de hablar de perros abandonados para hablar de incendios, cuando dejó de preocuparnos no tener canción del verano.

Volverán los zapatos abiertos a los armarios, perderemos color en nuestras pieles y nos llevaremos las manos a la cabeza al ver grúas poniendo luces de Navidad (¿habrán este año?). Mientras, algún gracioso, intento de escritor de blog venido a menos, dirá eso de que el verano es una actitud.

Lo que sí tengo claro es que la vida nos debe un verano.

viernes, 31 de julio de 2020

Razón

Hay muchas cosas que queremos tener y no sirven de nada. Los fabricantes de productos de teletienda lo saben, y nos tupen a extraños y poco elaborados anuncios (vale, quizás ya no tanto como antes, pero hay que saber buscarlos).

Ahora podría ser falso y decir que el dinero no sirve de nada, y que lo seguimos queriendo. Pero no, de momento el dinero sigue siendo útil, quizás no tanto como algunos imaginan pero lo es. Tal es así que entregamos lo único que tenemos, a cambio de un salario.

Pero hoy no voy por ahí. Tampoco mencionaré todos esos recuerdos que vamos acumulando a lo largo de la vida y apenas tienen valor. Mencionarlo sería como dispararme a mí mismo y despertar la furia de la propia Marie Kondo.

Es la razón eso que nos nubla, esa medalla de consolación inútil o el absurdo motivo para muchas peleas que no llevan a ninguna parte. 

De hecho, cuando pienso en este tema, me imagino al ahora criticado Cristóbal Colón llegando a las Indias, sonriendo por tener la razón, soñando con volver a Castilla a contar que había acertado, y que La Tierra era redonda. Luego, después de ese momento quizás se dedicó a hacer otras gestiones con los indígenas, pero de eso no me hablaron mucho en la escuela. Cristóbal tenía la razón, aunque en el fondo no fuera así.

Podría seguir con absurdas imaginaciones, con ejemplos poco elaborados o con la clásica referencia a la RAE que suele acompañar a mis entradas. Pero no. 

Con el panorama político actual, con la polarización de ideas, con todo esto de las Redes Sociales, hay un fenómeno que no puedo pasar por alto, el de quienes bloquean a quienes no piensan igual, a quienes pasan la persiana sobre otras ideas, porque al fin y al cabo, ya sabemos que ojos que no ven, corazón que no siente. ¿En serio querer tener la razón vale más que escuchar otros puntos de vista?

Dicho esto, vuelvo a una reflexión espontánea que solté hace no más de año y medio: no quiero rodearme siempre de gente que piense como yo, me enriquece la gente diferente. No hay más. 

Tengo razón, ¿verdad?.

martes, 30 de junio de 2020

Palabras que dejé de usar

Hay rutinas, buenas o malas, que sin darnos cuenta dejamos de hacer. Muchas veces no le damos importancia a la última vez que las llevamos a cabo, porque ni tan siquiera sabemos que no habrá una próxima vez en un horizonte temporal cercano.

Rara vez hay un motivo aparente, simplemente sucede, como con ese amigo al que dejaste de ver y llamar, sin que nada pasara. Nada salvo el tiempo.

Lo mismo pasa con algunas palabras, las dejamos de usar, aunque esta vez con motivos. Que 'perdón' o 'gracias' son cada vez menos usadas y más necesarias no es nada nuevo, pero no escribiré hoy sobre ello. Voy más allá, más atrás en el tiempo.

El caso es que ha vuelto a mi cabeza la palabra "arrullar", y me atrevería a decir que llevaba décadas sin tener conciencia de ella. Ya fuera por haber crecido o por la estúpida manía de eliminar columpios de los parques. Tal es mi obsesión, que pese a mi edad, que cada vez que veo un columpio, intento jugar un poco, y comprobar aliviado que todavía sueño con poder dar la vuelta al columpio, o tocar las nubes con la punta del pie.

'Arrúllame' era la palabra mágica cuando las piernas no llegaban al suelo para poder dar un impulso, una forma implícita de pactar un empujón a cambio de darlo después. Es tan mágico el verbo 'arrullar', que veo que para la RAE, ninguna de las acepciones es la que yo he usado.

Creo que pocas palabras son capaces de evocarme tan buenos recuerdos como esta.

¿Nos arrullamos? 

sábado, 30 de mayo de 2020

Fronteras

No llegaba a la década de edad, cuando Benito Cabrera compuso “Soy de aquí”. Me atrevería a decir que no solo no hay canario que no la haya escuchado sino que es imposible no emocionarse al oírla. Mismo sentimiento puede generar el Pasodoble Islas Canarias, que según tengo entendido, fue compuesto por un valenciano sin pisar las islas. En este particular podium tampoco puedo olvidar “Nube de Hielo”, también de Benito Cabrera, con la peculiaridad de poder emocionar sin tener letra en su canción.

Pero volvamos al principio. Cuando comencé a escuchar “Soy de Aquí”, creo que no entendí bien eso de “con el mundo por frontera, ser canario es mi razón”. Porque en la infancia, en circunstancias como las nuestras, no solemos entender de fronteras. Para mí, la palabra frontera por aquel entonces o era el nombre del municipio en que veraneaba o en su defecto un modelo de Opel.

Pero las fronteras existen, a veces como fruto de guerras o como reparto entre mandamases con copa de alcohol y puro. En el caso de Canarias, las fronteras vienen dadas, puesto que las diseña el mar.

Es muy probable que no logremos encontrar una definición clara de qué es ser canario, pero sí tengo claro que con el paso de los tiempos ha ido ganando peso eso de tener el mundo por frontera. Son tantos los amigos que han abandonado la tierra en algún momento que quizás superen a los que no lo han hecho, y ese rasgo no deja de acompañarnos, porque al fin y al cabo, las islas son ese lugar al que siempre puedes volver, al que el anhelo siempre te querrá llevar. Sí, eso tiene un nombre, hogar.

Así que si por un casual hoy me lee algún canario alejado de esta tierra, que sepa que en cada palabra de esta entrada le va un especial abrazo. Sigue teniendo el mundo por frontera.

Feliz Día de Canarias, hoy, y siempre.

lunes, 20 de abril de 2020

20 de abril de 2020

20 de abril de 2020

¿Cómo estás? 

No, no es un “¿qué tal?” de ascensor, de esos retóricos, que se hacen por cumplir y que en el 90% de los casos no hallan respuesta. Es un “¿cómo estás?” en toda regla, de esos que te cogen descolocado y te invitan a pensar la respuesta para luego desnudarte.

A estas alturas, no debe sorprenderte mucho que te escriba, llevo ya varios años haciéndolo en días como hoy, vale que quizás has cambiado de nombre, de sexo o de edad, pero mi intención sigue siendo la misma. De hecho, sigo sin saber por qué espero un año para esto.

No obstante, esta vez es diferente, no es solo que me haya entrado la melancolía y te haya tenido que hablar, es que mire donde miren me hablan de “distanciamiento social” y pienso si no estábamos lo suficientemente distanciados ya, acumulando promesas de cafés, cervezas, vinos, copas, paseos, conversaciones, viajes, abrazos, consejos, ... sí, la vida en sí misma ya estaba pendiente antes.

No voy a preguntarte si recuerdas grandes momentos, sino si ya olvidaste los más cotidianos: las esperas bajo mi portal, o mis dedos activando el timbre de tu casa, la fortuna de los pasos dados juntos, fueran los que fueran. Ya sabes que aunque tendamos a olvidarlo, lo bueno no está en lo extraordinario, sino en ser feliz con la rutina construida.

Algunos de los de antes ya no están, y otros hemos cambiado y aunque siga sin quererme lo que debiera cada vez le tengo más aprecio a la vida, y eso compensa. Al fin y al cabo, sigue vigente eso de que es mejor calidad que cantidad, y antes que quererse mucho, hay que quererse bien.

Admito que eché en falta tu aliento en los momentos de desánimo, tu hombro en las derrotas y tu copa en los brindis. Y aunque viva en mí la certeza de que estás bien, me apena pensar que no has acudido a mí en los momentos malos, el pacto que sellamos sigue vigente y puedes seguir contando conmigo.

Por mi parte, tengo descubrimientos que compartir contigo, como que se puede llorar con un te quiero o que te vi mientras sonaba nuestra canción. 

Bueno, ya me voy despidiendo, espero que en estas fechas tan propicias a ordenar armarios, mis palabras hayan desordenado un poco tu conciencia. Espero esto sea un hasta pronto, aunque como ya te conté, temo que no haya carnaval donde te vuelva a ver. 

Aunque sé que no me contestarás, porque te conozco y no cedes tan fácilmente, sigo deseando que te hayas sentido aludido y me busques. ¿Por qué nunca me llamas? ¿por qué no te llamo nunca? ¿acaso no hemos descubierto ya que empatía debería ganar siempre a ego?.

Sigue con tus sueños, el mío ya lo sabes...


miércoles, 25 de marzo de 2020

Los malos

A estas alturas no debería avergonzarme el reconocer ser espectador de "La Ruleta de la Suerte" (o La Ruleta de la Fortuna para los más nostálgicos).  Pero tranquilidad, porque no voy a ponerme ahora a vender las bondades del programa ni nada por el estilo.

El hecho es que hace dos días me encontré, al igual que todos los espectadores, con el siguiente panel:




Y para variar, comencé a darle más vueltas si cabe a mi cabeza. No sabría decir si me removió más pensar que en la historia de alguien soy yo el malo, o tratar de adivinar sobre los malos de mi historia.

Quizás no sea momento de contar mi todavía inacabada historia, pero me cuesta identificar malos o malas. Y si los hay, no deben tener forma humana. Lógicamente, he coincidido con gente de todo tipo a lo largo de mi vida, todos con sus aciertos y errores, pero de ahí a dotarles de la vitola de "malos", hay un mundo. De algunos me alejé, de otros me alejaron, y de otros lucho por escapar, aunque una parte de mí no quiera. Pero no tuvieron nunca el papel de malos, y eso no es bueno del todo.

Malos fueron otros, los de siempre, a quienes culpamos los que todavía anhelamos triunfos, los que no hemos dicho la última palabra, los que pensamos que hemos hecho méritos para haber alcanzado algún logro más: mala pudo haber sido la suerte, las circunstancias o simplemente el momento, si es que hay diferencia entre los tres conceptos. Creo que no siempre le damos al azar el papel que merece.

A veces soy escéptico sobre el destino y otras veces sobre las casualidades, y en cualquier caso, viajo siempre con una frase de Ismael Serrano en la cabeza "la excusa más cobarde es el culpar al destino". 

De la misma forma, hay gente que ha tenido el valor de reconocer su decepción conmigo, de entregarme reproches que intenté tomar como regalos, pero aun así, no creo formar parte del quinteto titular de sus malos. Hay gente con la que no estuve a la altura, quienes pagaron una cuenta que no les correspondía o quienes aparecieron en el momento más inapropiado. En cualquier caso, entre ser el malo en la historia de alguien, o simplemente no aparecer, no sabría qué escoger.

Dudo también que haya gente mala como tal, sino gente que dosifica con quien gastar su bondad, gente que solamente es capaz de usar su bondad para sí mismo y se olvida de que muchas veces es más gratificante dar que recibir.

En cualquier caso, aprovecho estos días de (más) reflexión para pedir disculpas si por algún casual aparezco en el papel de malo en la historia de alguien, creo que es un honor que no merezco todavía. 

Acéptalo dice la imagen del panel, y quizás no sea mal plan para estos días. Ya lo dijo Sherezade (según Google) 

"A veces las cosas no son como uno quisiera, pero siempre son como deben ser. Aprende a aceptar y dejar fluir".


jueves, 19 de marzo de 2020

También estuviste

Antes de todo esto, llevaba unos días rondándome la idea de escribir sobre todos esos lugares en los que he estado sin saberlo. Comencé a escribir alguna línea, y para variar, quedó olvidada.

Me explico, sin saberlo, hemos estado en más lugares de los que creemos. Porque de una forma u otra, cada vez que alguien te piensa, estás. Si lo piensas, cuando de viaje compras un souvenir, estás comprando la demostración física de que te acordaste de ella.

Porque sí, sin ella saberlo, ha estado en la calle menos pensada de mi ciudad, en los atascos matutinos o incluso en algún examen con control de acceso. Y yo, quizás estuve en los rascacielos de Nueva York, en globo por la Capadocia, en algún bosque neozelandés o entre alguna tribu africana. No lo sé. Prefiero pensar que sí.

Y ahora, yo que nunca fui de hacer grandes fiestas en casa, tengo en mi salón a tanta gente que me río del camarote de los hermanos Marx. Todos a mi lado, olvidando la distancia de seguridad, recordándome buenos momentos mientras contamos los días. Y quién sabe, quizás yo ahora esté en el sillón menos pensado, o en el balcón más recóndito.

Comentaba que esa idea llevaba tiempo rondándome, pero hoy todo ha cambiado. He descubierto un poema de la poeta Elvira Sastre que dice así: "¿Dónde estás cuando no pienso en ti?". Y te he imaginado en otro salón contando los mismos días pero con otros fines y te he vuelto a invocar,  y me ha dado igual dónde has estado,porque vuelvas a estar aquí, y aquí cabemos todos.

Volveremos a la vida y estaremos en muchos lugares más.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Aplazar

Parece la palabra de moda, y quizás lo sea junto a otras. Todo se aplaza: los partidos de liga, las elecciones, Eurovision, Eurocopa, los pagos de impuestos, la selectividad, los abrazos, los reencuentros, los cafés prometidos, y un infinito etcétera. Hasta hemos aplazado la vida, ¡qué cosas!

Creo que ya he escrito sobre ello, pero todo esto me recuerda a esa frase que aunque venga como consuelo detesto. Sí, me refiero a eso de "eso es que no era el momento, todo llega".  Y quizás sea eso, quizás no era el momento, y toque volver a buscar la oportunidad de vivirlo, porque aplazar no es anular.

Aplazamos tantas cosas, que no sé cómo haremos y si estaremos preparados para gestionarlo, conscientes de que aunque todo llegue, ya nada será igual.

Y por eso, propongo dotar de un nuevo significado a la palabra aplazar, y llevar a cabo esta nueva acepción cuando todo esto pase: "dícese de la acción de llenar las plazas".

Aplacemos la plazas, abarrotemos las barras de bar, "descallemos" las calles calladas, atendamos las tiendas de barrio ahora desatendidas, volvamos a vivir la vida.

martes, 17 de marzo de 2020

Música

Raro es el momento al que no podamos ponerle banda sonora. Hay una canción para cada instante y para cada persona.

Ayer comencé a pensar qué haría cuando todo esto terminara, en fiestas y reencuentros. Llenaremos la calle de nuevo y nos sentiremos inmortales. Empiezan a decir que todo cambiará a partir de ahora, que nos encontraremos con un mundo nuevo. Pero espero que no sea tan nuevo como para que cambien las emociones, como para que un abrazo deje de valer. Y si cambia, espero que sea a mejor.

El caso es que sin buscarla, ayer me vino esta canción a la cabeza:





Hoy, ya no pienso en fiestas, por eso de no acabar desilusionado por tener muchas expectativas básicamente. Hoy me ha dado más por pensar en quienes pasan la cuarentena solos en casa. Me ha entrado pena e impotencia por no poder ayudar a mi manera, aunque fuera con un abrazo.

Y sin quererlo, en uno de los conciertos en redes que los artistas se están dedicando a dar desde sus casas, me apareció esta canción que tantas veces canté:



Y eso, que no estarás sola. ¡Ánimo!

domingo, 15 de marzo de 2020

Jugar

Si algo bueno traen las situaciones atípicas como esta, es que agudizan el ingenio y nos animan a hacer cosas que quizás de otra forma no haríamos.

Escribí hace mucho tiempo (tanto que ni yo mismo he podido localizar la entrada en cuestión) que para mí, el episodio de la tormenta tropical Delta que azotó Canarias hace ya unos cuantos años sería recordado como "los días en que giré el sillón". Porque sí, sin televisión por no haber luz, girar el sillón y ver la vida a través de la ventana era lo más interesante con lo que podía encontrarme.

Esta vez, con las calles vacías, sin lluvia cayendo, lo interesante no estaba en las ventanas, así que hemos rescatado en casa viejos juegos de mesa, para jugar. Sí, jugar. Ese verbo que suena a infancia, a parques, a plastilina, playmobil, contar hasta 20 contra la pared, a balones, a improvisar mundos con cualquier objeto, a imaginar tener una profesión que cuando tuviste odiaste, ... creo que ya sabes a qué suena.

Desde hace unos meses vengo dándole vueltas a una frase que leí hace unos años y volvió a mí hace unos meses. No puedo otorgarle autoría y mucho menos reproducirla al pie de la letra, pero venía a decir algo así como que hubo un día en que sin saberlo, fue el último día en que bajaste a la plaza a jugar con tus amigos. Dependiendo del día pienso que es una reflexión triste o bien que es toda una invitación a vivir cada momento como si fuera el último. (no descarto que en estos días retransmitan Toy Story y siga dándole vueltas a estos pensamientos)

Jugar es un verbo que algunos siguen haciendo con los sentimientos de las personas, pero no toca hoy hablar de ellos. Les deseo lo mejor a esas personas. Es más, creo que todos lo hemos hecho, y casi siempre a quienes no lo merecían.

Poco admiro del idioma de Shakespeare, por mucho que a diario nos asalten anglicismos hasta en los lugares menos esperados. Curiosamente, palabras que en nuestro idioma también tendrían equivalente. Pero pensar que en inglés se use el verbo "play" para hablar de instrumentos musicales creo que también esconde mucha poesía (quizás los angloparlantes piensen que hablar de tocar va más allá, por eso de usar el sentido del tacto para hacer música, no lo sé).

En definitiva, aprovechemos estos días para jugar, ya sea con las palabras, los instrumentos, las ideas, y no tanto con las pantallas ni las personas.


sábado, 14 de marzo de 2020

Quédate en casa

No sé si lo conseguiré, pero sorprendido al ver la reacción de muchos artistas ante esta situación tan excepcional, he decidido poner mi granito de arena y escribir con más frecuencia durante estos días. No sé si a alguien le servirá para entretenerse un rato, pero al menos a mí me valdrá para pasar el tiempo, esperando a que todo esto pase.

Ya sabes que no soy muy dado a comentar la actualidad, prefiero ver este espacio, tu espacio, como un lugar anacrónico al que poder volver en cualquier momento, un refugio en el que  la única huella del tiempo que percibo está en mi madurez y en cómo probablemente ahora no me reconozca en muchas cosas que en su momento escribí. 

Pero hoy es diferente, parece imposible olvidar estos días, huele a que serán de esos que contaremos a nuestros nietos, si llegan. Cada uno contará una versión diferente, una anécdota marcará "la batallita", un recuerdo diferente quedará dentro de nosotros. Y lo mejor, es que seguro lo recordaremos con una sonrisa, como aquel desamor que una vez nos desveló, como aquella clase de spinning, aquella maratón o las horas de estudio a deshora antes de aquel examen. Me encanta sonreír al recordar aquello que  en su momento me hizo sufrir.

Todavía queda por pasar, pero de momento creo que mi recuerdo de todo esto girará en torno a una de las frases más repetidas en el día de hoy "quédate en casa". Porque sí, en mi búsqueda de belleza en todo aquello que tomamos por cotidiano, me he puesto a pensar en lo bonita que es esa frase. Piénsalo:

 Quédate en casa,
 hay hueco, nos haremos compañía 
y me sobran camisetas que aspiran ser pijama
 Quédate en casa, no faltará conversación 
compartamos manta y snacks.

Quédate en casa, jugaremos a juegos todavía por inventar
y desde el balcón vemos la ciudad, 
permaneciendo ajena a lo que pasa en estas cuatro paredes. 
Reirás al ver antiguas fotos
yo reiré solo con tenerte cerca.

Y para el día de mañana, que no sé si quiero que llegue
le robaremos cinco minutos al despertador
habrá prórroga, sabiéndonos eternos 
y si no hay café, queda té.

Pensándolo mejor, quédate tú en tu casa, y yo en la mía
escríbeme si quieres, brinda contigo misma
quédate ahí, consciente de que por lo bueno merece esperar
quédate que cuando volvamos a abrazarnos nada nos podrá frenar.


Saludos a todos desde mi casa.



viernes, 21 de febrero de 2020

Palabras

No seré yo quien descubra que Internet es maravilloso, igual que tampoco seré yo quien niegue que a veces es un arma de doble filo. El caso es que esta vez me ha servido para llegar a esta entrevista*.

No conozco de nada a la entrevistada, pero me ha resultado muy curioso que Diana Orero, reconozca que coleccione palabras. Más me sorprende que sea capaz de encontrar belleza en la palabra "todavía". Y es cierto.

Acto seguido, he recordado a un viejo conocido que decía que su palabra favorita era "albahaca" y también reconozco belleza en la palabra, más bien por su sonoridad que por las emociones o reflexiones que pueda provocar.

Después, recordé a quienes tatúan palabras en su piel, para en un momento de bajón tener un motivo para rearmarse, o simplemente porque el arte también está en las palabras. Serendipia, sinergia, resilencia, ... son esas palabras que calan y pueden cambiar una actitud cuando uno descubre sus significados.

Por último, me ha dado por pensar en cuál es mi palabra favorita, y no me siento preparado para dar una respuesta todavía, pero he comenzado a ver belleza en palabras que usamos a diario y no ocupan más de tres letras: "mar", "luz", "sol", u otra más bella todavía que no voy a compartir. ¿Alguien se ha parado alguna vez a pensar la belleza que esconde un "ven"? Ven, que yo te acojo, ven que me apetece verte, ven que te ayudo, ven que no te vas a arrepentir, ven.

Y entonces, cuando ya casi tengo decidido escribir sobre el tema, a mi cabeza llega Amaral, y su conocida "Sin ti no soy nada", cuando afirma eso de "soy solo un actor que olvidó su guion, al fin y al cabo son solo palabras". Y me duele ese "solo", porque ¿acaso hay algo más importante que las palabras? Hoy no se me ocurre, pero pensaré sobre ello mientras busco mi palabra favorita, que sigo sin encontrarla... todavía...  


*He visto que el tiempo para leer la entrevista es limitado, así que si tienes problema para acceder a la misma, la parte que ha inspirado esta historia habla de una escuela en Chicago que ha comenzado a descubrir el poder de la palabra "todavía" y en caso de suspenso, los alumnos son calificados con un "todavía no", porque si algo no ha acabado bien es que no ha acabado todavía.

viernes, 17 de enero de 2020

Otro mundo



Me encuentro sentado en un banco, apenas es mediodía de este viernes de enero pero el goteo de gente no cesa, fotos junto al lago, caricias a los caballos de la policía, unas 4 esculturas humanas, una docena de barcas y algún vendedor ambulante conforman mi paisaje cada vez que levanto la cabeza del libro que me tiene entretenido esperando a que sean las 15:00. Para variar, siempre me paso esperando a que las cosas sean, y cuando son, no disfruto, buscando otro momento por el que esperar. Para bien o para mal, me temo que no soy el único que sufre de ram cruel síndrome.

De camino hasta aquí he pensado en este blog, y en cómo es posible que ahora que se me presupone más tiempo, no encuentre la inspiración. “Las cosas llegan cuando menos las esperas, pero de verdad que llegan, Daniel” es la frase que más escucho en los últimos tiempos, es Trending Topic en mis oídos. Y yo siempre respondo, que claro que llegarán, pero es normal sentir vértigo ante la incertidumbre del cómo llegará, dónde y cuándo.

Reina el silencio, pese a la gente, interrumpido únicamente por un trompetista, a mi juicio, bastante amateur. Por lo tanto, no reina el silencio. Con las trompetas, me pasa lo mismo que con los aeropuertos y los asilos, no sé si son alegres o tristes. Seguro que la respuesta es un “depende”.

No reconozco muchas de las melodías que toca, salvo una que si no recuerdo mal va acompañada de una letra que dice algo así como “que allá en el otro mundo, en vez de infierno encuentres gloria y que una nube de tu memoria me borre a mí”. Nunca me había detenido en esa canción, y si lo hice seguramente fue pensando sobre esa nube y no sobre el otro mundo. 

Y con eso me entretengo, pensando en si solamente hay otro mundo, o hay tantos mundos como personas. Y opto por lo segundo, así me encaja mejor en mi cabeza. 

El caso es que sin darme cuenta, he sacado el móvil y he empezado a escribir, a ver si va a ser verdad que la inspiración, el trabajo o el amor aparece cuando menos lo esperas.